Gran parte de los que hoy leéis estas líneas escapáis de vuestro lugar de residencia habitual para volver a vuestros orígenes. Os reencontráis con sonrisas amigas, abrazos que huelen a albahaca, y suenan a Amapola, nos reencontramos con lo que fuimos y lo que somos.
Desde la curva del cementerio se vislumbra el campanario de la Iglesia donde me bautizaron como nieta e hija de y dónde me despedí para siempre de mi abuela y del que fue los ojos y las manos de mi padre en sus peores momentos. Corazón enorme de pelo cano y mirada transparente. Seguro que lo habéis visto en algún banco del pueblo con la camisa abierta o tras algún pajarillo. Ramiro, te echamos de menos.
Cuando yo era niña el pueblo no tenía piscina, wifi, ni botellón y en invierno enviaba cartas a mi prima Sandra porque creíamos en la magia que tiene esperar que llegue la respuesta. Los niños íbamos a Las Ruedas a bailar La Bomba en la pista, bajábamos a La Vega, comíamos helados en aquel kiosko que montó Aquilino en la carretera, contábamos historias de miedo en el camino del cementerio, nos montábamos en la lavadora para las fiestas, quedábamos para ver las estrellas en La Cuesta, celebrábamos San Marcos en las huertas o simplemente nos poníamos como una sopa en la fuente.
En el pueblo cenabas los bocadillos de tu abuela, en la puerta, con Toño, en la silla de enea o merendabas pan con aceite y azúcar.
Te bebiste tu primer cubata, fumaste el primer cigarro con tu prima la de Murcia a escondidas, te enamoraste, te partieron el corazón, te besaron por primera vez, jugaste una y otra vez al fútbol contra “las grandes” sin victoria alguna, ibas a por tortas al horno de madrugada y bailaste al amanecer al ritmo de Los Pizarrines.
El poli que hoy conocemos era una pista cercada con alambrada en la que Isaac el del Melenas siempre ponía orden entre el público al grito de: “Saliros a lo verde”.
Siempre tuvimos el Pub Primos en el que echar unas gordas antes de irnos a la verbena de cualquier pueblo de los alrededores, porque eso también es turismo.
Lo único que perdura intacto es el saludo de los viejos vecinos que me nombran en diminutivo o como “la hija del maestro y la Chon de Palmas”, haciendo que me crezca el pelo hasta la cintura.
Gracias a Santa Cruz hoy soy quien soy. Porque ¿cómo no voy a estar agradecida a este rinconcito del Campo de Montiel? Si aquí llegó el maestro con la cartera cargada de ilusión y bajo las lágrimas de San Lorenzo bailó pasodobles con la joven que venía de “Palmas” a veranear.
Siempre se estremecerá el corazón de los toperos cuando San Bartolo se asoma el 24 de agosto. Siempre una lágrima cargada de recuerdos caerá, siempre volveremos a donde fuimos, a donde somos.
Queridos santacruceños, no sabéis qué honor es escribir estas líneas para mi amado pueblo. Ni siquiera es comparable a hacerlo en el periódico de mayor tirada. Gracias al Excmo. Ayuntamiento por darme este regalo, yo solo espero que estas líneas os hayan hecho recordar olores, sabores, vivencias… pero sobre todo que os hayan hecho sonreír.
Solo me queda decir bien alto y al cielo: ¡Viva San Bartolo!
Por Laura Higueras
Texto encargado por los concejales de Santa Cruz de Cañamos (Ciudad Real) a la periodista Laura Higueras y que el alcalde decidió eliminar del libro de las fiestas patronales.