Se cumple el primer aniversario del asalto al Capitolio de los Estados Unidos, un día de infamia en la historia reciente de los Estados Unidos.
A la luz de aquellos acontecimientos, conviene reflexionar sobre el futuro de las democracias en el orden liberal. Antes que señalar las amenazas procedentes de los regímenes autoritarios o iliberales, los países democráticos deben examinar sus debilidades internas.
Yo observo tres grandes brechas a las que denomino las tres G de la crisis de la democracia. A saber: el género, la geografía y las generaciones. A estas, hay que sumarles una cuarta idea transversal, que es la batalla por los hechos, en acertada expresión de Maria Ressa, periodista y Premio Nobel de la Paz 2020. Veamos las brechas.
Brecha de género
La primera brecha es el género. Las políticas de igualdad se han instalado en las democracias y sirven para corregir problemas estructurales en distintas materias.
Se ha avanzado de manera significativa en los últimos veinte años. Ahora, sin embargo, hay que ampliar la perspectiva y pensar que las identidades individuales, la forma que tenemos de ser y percibirnos, forma parte del acervo político.
Proteger la identidad consiste en el derecho a ser diferente en el espacio público y sentirse reconocido como ciudadano. Hay que impulsar políticas públicas que permitan a todos estar en la arena pública real o digital, ejercer el derecho a voto, liderar iniciativas sociales y equilibrar la representación en instituciones políticas. Una democracia de hombres blancos, con estudios superiores y buenos empleos manifiesta una visión muy pobre del mundo actual.
Brecha geográfica
La segunda G se refiere a la geografía. Crece la desigualdad entre territorios: hay ciudades de primera y de segunda, así como centros urbanos y espacios rurales. La concentración de bienes y servicios crea economías de escala (empleo, salarios, representación política) y desigualdad relacional (acceso a la educación y la cultura).
Sin contramedidas, la territorialización de la desigualdad tendrá efectos en las infraestructuras (movilidad, educación, hospitales, agua, recogida de residuos), en la organización efectiva del poder en la última milla (redes de solidaridad social o mafias) y en el comportamiento electoral (voto populista y antiglobalizador).
En este reto convergen demografía, geografía urbana y políticas de cohesión social, tres pilares de la economía política que merecen atención en sede parlamentaria.
Brecha generacional
La tercera dimensión G es generacional. Los jóvenes se incorporan tarde al mercado laboral y en malas condiciones, lo que retrasa su madurez social y afectiva. Crece la desafección por el sistema democrático, ya que no ofrece soluciones a sus problemas inmediatos.
En el otro extremo, la digitalización deja atrás a colectivos de mayores que no pueden o no saben manejarse en el nuevo entorno. Sin competencias digitales, son dependientes de sus hijos para realizar tareas básicas (banco, supermercado, atención sanitaria).
Y mientras, en medio, los mayores de 50 años son viejos para el mercado laboral, pero jóvenes para la jubilación. Tienen dificultades para reciclarse profesionalmente y no están para lanzarse a aventuras emprendedoras. Sin oportunidades, el proyecto político del trumpismo les seduce con una oferta que enmienda la totalidad.
En ausencia de un proyecto político integrador, la democracia y las elecciones se antojan un capricho de urbanitas son buenos empleos, un tsunami desvertebrador de la convivencia.
La batalla por los hechos
La cuarta brecha no empieza por G, pero es sustancial a la naturaleza política de las democracias. Si no hay consenso sobre qué es verdad y qué mentira, la realidad factual se desvanece. Los hechos alternativos, la posverdad, las noticias falsas y las cámaras de eco son nuevos nombres para la mentira.
La novedad consiste en que muchos de los mentirosos ostentan cargos públicos, son periodistas o trabajan en la esfera pública. Son profesionales a sueldo de la mentira, una industria en auge.
“In dubio, pro dubio” no consiste en falsear la realidad, sino en la creación de nuevos fundamentos para confundir realidad, deseo y emoción. El riesgo plantea amenazas y objetivos en el nivel cognitivo (difusión de ideas, erosión institucional, discusión de valores pluralistas) y en el juicio actitudinal (prácticas contrarias a las sociedades abiertas, desprecio de las minorías, tendencia a la homogeneización). McIntyre explica que, en ausencia de una realidad factual, “los políticos pueden desafiar los hechos y no pagar ningún precio político por ello”. Es el camino de la dictadura.
En síntesis, las democracias contemporáneas necesitan una revisión de las claves institucionales, las normas y la cultura política. Sin la resolución de los problemas internos, difícilmente podrá afrontarse una agenda de transformación para los retos de la globalización actual donde, ahí sí, las democracias tienen depredadores al acecho.
Juan Luis Manfredi no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.