Los mexicanos han acudido a las urnas para decidir su futuro, en lo que representa el comienzo de una nueva etapa democrática para el país tras el sexenio marcado por la figura personalista de Andrés Manuel López Obrador. Esta transición hacia un nuevo mando se destaca por un hito en la historia política mexicana: por primera vez, será una mujer la que esté al frente del país. Sin embargo, este acontecimiento histórico ha quedado fuertemente empañado por la inseguridad y la violencia que han caracterizado los tres meses de campaña electoral; un periodo que se ha saldado con más de 250 homicidios políticos, elevando estos comicios al triste título de los más violentos de la historia de México.
Claudia Sheinbaum, la ahora presidenta electa, cerró su campaña electoral con un discurso en el Zócalo de la Ciudad de México, que resonó más a las palabras de una líder ya en el cargo que a las de una candidata. En su intervención, Sheinbaum no solo se comprometió a gobernar con humildad y responsabilidad, sino también a dedicarse en cuerpo y alma para el bienestar de México y la dignidad de la República. Ante una multitud expectante, prometió mantener vivo el legado de López Obrador, cuya elección hace seis años marcó el fin del bipartidismo en el país y llevó al poder un proyecto que prometía erradicar la corrupción, la violencia y el estancamiento.
La gestión de Sheinbaum no estará libre de retos. La nueva presidente debe no solo asegurar una gestión independiente y desvincularse de la sombra omnipresente de AMLO, sino también responder a las altas expectativas de un electorado que la vio como la continuadora de un cambio empezado hace años. A pesar de sus logros, como compartir un Premio Nobel de la Paz, obtener un doctorado y convertirse en la primera mujer en ser jefa de gobierno de la Ciudad de México, persisten las dudas sobre su capacidad de gobernar libre de influencias.
Otro desafío significativo será definir las futuras políticas de México tras la salida definitiva de López Obrador de la arena política. Pese a los logros en el incremento del salario mínimo y la reducción de la pobreza, su administración fue criticada por medidas controvertidas, como el empoderamiento del Ejército y el debilitamiento de las instituciones democráticas mexicanas.
Además, Sheinbaum heredará los desafíos no resueltos del sexenio anterior, como el aumento de la migración, la situación financiera de la empresa petrolera estatal y las potenciales consecuencias económicas de una victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses si decide imponer aranceles. Sin embargo, la violencia y la seguridad pública serán, sin duda, los problemas más urgentes a enfrentar, dada la alarmante cifra récord de asesinatos registrados.
En este contexto de urgencias y esperanzas, la campaña presidencial ha sido notable también por haber tenido a dos mujeres con aspiraciones reales de liderar el país, lo cual demuestra un cambio significativo en el panorama político mexicano. La participación de Xóchitl Gálvez, candidata de la alianza entre el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de Acción Nacional (PAN), denota el reconocimiento de estos partidos tradicionales a la necesidad de unirse para enfrentar los fracasos del pasado y presentar una alternativa viable.
La llegada de Claudia Sheinbaum al poder no solo marca un hito por ser la primera mujer en asumir la presidencia de México, sino que también representa la continuidad de un proyecto que busca transformar a la nación. A pesar de los enormes desafíos que enfrenta, especialmente en materia de seguridad y violencia, su elección refleja la confianza y la esperanza de un pueblo en la posibilidad de seguir avanzando hacia un mejor futuro. Su victoria reafirma el deseo de cambio y la creencia en el proyecto iniciado por Morena bajo el liderazgo de López Obrador, aunque ahora bajo una nueva dirección que, sin duda, buscará definir su propio camino en la historia de México.
