Dudar de la propia percepción y de los recuerdos, sentir inseguridad, tener baja autoestima, cerrarse en sí misma y tener dudas de sí misma: estas son las fases por las que suele atravesar una víctima de gaslighting o, su equivalente en castellano, luz de gas, según Mireia Cabero, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC y directora de Cultura Emocional Pública. Aunque no está esclarecido como constructo psicológico, hacer luz de gas se puede definir como la manipulación de una persona a otra para que esta dude de sus percepciones, experiencias o comprensión de los acontecimientos, según los expertos.
En la relación entre víctima y gaslighter, «se produce un proceso lento y sutil de confusión por parte de la víctima, que cuestiona cada una de sus experiencias y recuerdos y, en contra, da más valor y prioridad al criterio ajeno». La luz de gas es un sutil modo de violencia psicológica, «una agresión más intencionada y consciente que inconsciente, que atenta contra la estabilidad emocional de la víctima», añade Cabero. La persona agredida termina por disculparse con frecuencia, se culpa por no encajar (algo que necesita) y se esfuerza por ser bien valorada. Incluso «llega a silenciar las propias experiencias para no sentirse juzgada de nuevo, y le es difícil relacionarse con los demás y tomar decisiones«.
Así es el perfil psicológico de quien hace luz de gas
En la actualidad, los expertos tratan de delimitar las características de este tipo de violencia psicológica en el ámbito profesional. Por ejemplo, la Universidad de Michigan está recopilando historias en The Gaslighting Project, en el que se invita a las víctimas de este tipo de manipulación a contar sus experiencias para descubrir las dinámicas de dicho proceso.
Pero ¿existe un perfil de gaslighter o abusador mediante esta técnica de manipulación? En palabras de Cabero, «se siente cómodo con el uso del poder, es egocéntrico, tiene dificultades para empatizar y se muestra inseguro ante el enfrentamiento a la adversidad». También le resulta cómodo «mentir, negar, cuestionar, juzgar y generar malestar» en la víctima. Esa dificultad para la empatía hace que cree en la otra persona «inseguridades sin sentirse culpable».
El concepto de luz de gas no es nuevo. De hecho, se popularizó a través de la película Luz que agoniza (Gaslight en inglés), de 1944, que a su vez se basó en una obra de teatro homónima en la que un hombre manipula la percepción de la realidad de su esposa y le hace creer que ha enloquecido. Muchos años después, en 1969, Russell Barton y J. A. Whitehead utilizaban este concepto en el ámbito de la psiquiatría en su artículo «The Gas-Light Phenomenon», en el que explicaban cómo parejas y familiares de pacientes los hacían pasar por personas con patologías psíquicas graves, y concluían que era importante analizar cada caso individualmente para comprobar que dicha enfermedad existía.
La relación de pareja y el entorno laboral, dos de los principales caldos de cultivo
El ámbito familiar es uno de los más propensos a que se desarrollen estas dinámicas de violencia psicológica, pero no es el único. «Se producen, por excelencia, en relaciones de poder y de dependencia emocional», indica Cabero, y «acostumbran a ser más frecuentes en relaciones de pareja y en determinadas relaciones profesionales«. No obstante, estas prácticas pueden darse en el colegio (acoso escolar) y en el trabajo (acoso laboral), o llegar a ser institucionales y sistemáticas, como explica la doctora Domina Petric en el artículo «Gaslighting and the knot theory of mind».
Al igual que en la película mencionada, la intención del abusador que hace luz de gas es que la persona a la que manipula termine por perder la confianza en su propia manera de percibir la realidad. Al no ser violencia física, es más difícil detectar las señales, tanto para la víctima como para el entorno. Sin embargo, como sucede en cualquier tipo de maltrato, también deja secuelas, aunque no queden tan a la vista de todos. Algunos ejemplos serían la duda perpetua que tiene la víctima sobre el propio criterio y sobre sí misma, el hecho de que se cuestione su propia salud mental, una creciente inseguridad y desconfianza, una sensación de indefensión aprendida y un bajo nivel de autoestima, así como una dependencia emocional hacia el maltratador. «Si me valida, me aporta seguridad», precisa la profesora, y añade que dicha dependencia es «mayor cuanta más desconfianza haya generado el maltratador en la víctima».
Salir del círculo vicioso
La relación de codependencia que crea el gaslighter hace difícil romper ese vínculo. «Necesitamos confiar en alguien que nos permita ver, con distancia, el proceso vivido», aclara Mireia Cabero. La experta destaca las cinco fases por las que atraviesa la relación entre un manipulador y una víctima de luz de gas. «En primer lugar, el manipulador cuestiona la experiencia de la víctima. Después gana poder en ese cuestionamiento, y también con respecto al criterio que aquella tiene de lo que percibe. La tercera fase consiste en suscitar desconfianza e inseguridad en la víctima, y en anular el criterio que esta tiene de lo que percibe que está sucediendo. Como consecuencia, se hace más poderoso en la relación con ella [cuarta fase] y, por último, genera dependencia en dicha relación», explica. De este modo, el maltratador psicológico termina logrando que la víctima dependa de él y pierda la capacidad de creer en sus propias opiniones.
¿Cómo acabar con esa relación y volver al punto de partida? Mireia Cabero da algunos consejos a las víctimas de luz de gas, una vez son conscientes de que su situación, para poder mejorar su salida de esa experiencia: tomar conciencia de los procesos comunicativos con las otras personas y de lo que nos producen para distinguir, en esencia, una relación sana de otra intoxicada por la manipulación psicológica; en relación con lo anterior, vivir en conexión con nuestra propia interioridad, con lo que nos hace sentir bien y mal de la relación con otras personas; aumentar la confianza personal y sentirnos seguros de nosotros mismos, de nuestro autoconcepto y de nuestra autoestima; incrementar la confianza cognitiva en nosotros mismos, en relación tanto con la propia intuición como con la fiabilidad de nuestros criterios, percepciones y experiencias; legitimarnos a nosotros mismos y también a nuestra verdad; defender y reivindicar el criterio y la opinión propios; darnos el permiso no solo de pensar, sino también de sentir diferente; aprobarnos a nosotros mismos sin necesidad de que otra persona nos apruebe o nos valide; mantener siempre a las demás personas a cierta distancia, y, por último, contar con un amplio abanico de relaciones personales en lugar de centrarnos solo en una o en unas pocas personas.
Nota de prensa UOC. Imagen gratis de ai free images.