Si hay una cuestión que divide de manera irremediable a la Unión Europea, es sin duda la posición que debe adoptarse frente a China. A pesar de que han transcurrido cinco años desde que la Comisión Europea definiera a China como “un socio de cooperación, un competidor económico y un rival sistémico”, la Unión sigue sin poder acordar una política común frente al gigante asiático. Las recientes declaraciones de Pedro Sánchez, quien durante su viaje a China pidió a Bruselas reconsiderar los aranceles a los vehículos eléctricos chinos, evidencian la falta de consenso dentro del bloque. Estas afirmaciones del presidente español contrastan con la propuesta de “de-risking” promovida por varias capitales, incluida Berlín, que busca minimizar las dependencias económicas y tecnológicas con China.
La división europea es bien conocida por Pekín, tal como lo demuestra la estratégica elección de Xi Jinping de visitar Francia, Hungría y Serbia —países con posturas variadas hacia China— en su tour primaveral. Hungría y Serbia han sido particularmente amigables con Pekín, llegando incluso a aceptar patrullas conjuntas de policía en su territorio, una medida que ha levantado suspicacias en otras naciones del bloque por considerarla una amenaza a la seguridad y a la libertad de la diáspora china en Europa.
Por otro lado, el escándalo de las «comisarías secretas» chinas, supuestamente dedicadas a la vigilancia de la diáspora china y a facilitar la repatriación de aquellos calificados como criminales por China, ha provocado un escándalo internacional. Aunque varios países europeos han iniciado investigaciones, la respuesta de la UE ha sido desigual, con algunos países actuando de manera decisiva, mientras que otros han preferido una respuesta más discreta o incluso el silencio.
La respuesta europea también varía frente a las actividades de inteligencia china. Recientes revelaciones muestran que China no solo ha intentado infiltrarse en círculos políticos europeos, usando tanto a agentes propios como reclutando locales, sino que también ha intentado adquirir secretos comerciales y tecnológicos, a menudo por medio de ciberespionaje.
Adicionalmente, la situación de los Institutos Confucio en Europa refleja esta misma falta de cohesión. Mientras algunos países han clausurado sus sedes por estar asociadas con intentos del Partido Comunista Chino de influir en la academia europea, otros continúan recibiendo apoyo gubernamental.
Este panorama demuestra la complejidad de la relación entre Europa y China, destacando la dificultad de adoptar una postura común ante un socio que es, simultáneamente, un importante motor económico y un desafío estratégico y político. La UE se encuentra ante el reto de equilibrar sus intereses económicos con la protección de sus valores y su seguridad, una tarea que, hasta ahora, ha probado ser extremadamente desafiante.