Educación 2021: nuevas formas, nuevos contenidos, debates sin resolver

El año 2021, y el curso 20–21, marcado por la vuelta a las clases “presenciales” tras el duro paréntesis del confinamiento, ha sido un año de grandes cambios en el panorama de la educación formal en España.

No sólo en el terreno legislativo, en el que la puesta en marcha de la LOMLOE ha traído ríos de análisis y reflexiones acerca de sus aciertos y omisiones.

También en el terreno pedagógico: los expertos, marcados por el impacto de los meses de educación en línea, han querido sacar lecciones de la experiencia. ¿Qué podemos aprender del experimento masivo de las clases a distancia a todos los niveles? ¿Qué cosas deberían cambiar? ¿Qué debimos hacer mejor? ¿Qué cosas podríamos continuar aplicando independientemente de la situación sanitaria?

Como primera reflexión está el darnos cuenta de que como en clase no se está en ninguna parte, aunque sea con mascarillas. Pero como reflexiones secundarias han salido a la luz problemas estructurales (falta de experiencia y preparación en el trasvase digital), sociales (desigualdad en el acceso de los estudiantes a internet) y de formación (falta de competencias digitales por parte del profesorado) que deberíamos ir subsanando.

La llegada de la clase invertida es una de las consecuencias positivas y de más largo recorrido que ha tenido esta digitalización obligatoria y precipitada a la que nos obligó la covid, como analizaban Sandra Ruiz Ambit, de la Universidad Internacional de La Rioja, y Pablo Rodríguez Herrero, de la Universidad Autónoma de Madrid, en su artículo La clase invertida, la gran sorpresa de la pandemia. Se trata de un modelo que permite asimilar el contenido nuevo a distancia (en forma de vídeos) y trabajarlo en clase, de manera presencial. A pesar de que también detectamos un entusiasmo desmesurado, y aún le falta recorrido, para muchos contenidos y etapas educativas es una metodología con probadas ventajas.

Contenidos que llegan y contenidos que se van

Las reformas legislativas traen debates que nunca terminan de resolverse. Por ejemplo, el del cambio metodológico hacia un aprendizaje más práctico y menos teórico, como explicaba María Antonia Casanova, de la Universidad Camilo José Cela, en su artículo ¿Pensamiento crítico o memorización? Así es la educación que viene. ¿De qué manera afecta un cambio así a una asignatura como la Historia, por ejemplo? En La Historia no se aprende con fechas y gestas: los estudiantes desconocen el pasado, Raimundo A. Rodríguez Pérez, de la Universidad de Murcia, nos daba interesantes claves al respecto.

Un debate sorprendentemente agitado en este año que termina es el de cómo afrontar la enseñanza de lengua y literatura. Los docentes perciben una falta de competencia en expresión oral y escrita en los estudiantes que llegan a la universidad. ¿Por qué sucede esto? ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Hay que poner el énfasis en un conocimiento práctico del lenguaje, que ayude a nuestros estudiantes a comunicarse de manera eficaz, en detrimento de la teoría lingüística, de los ánalisis morfológicos o sintácticos? Silvia Gumiel Molina, de la Universidad de Alcalá, rechaza esta idea categóricamente en su artículo ¿Sirve para algo aprender sintaxis, morfología o semántica?

Pero hay muchos que abogan por cierta modernización de la asignatura, o al menos un enfoque que haga de la capacidad de expresarse por escrito una competencia transversal. Así lo defendía Beatriz Martín del Campo, de la Universidad de Castilla La Mancha, que nos explicó el origen del movimiento “WAC” y cómo podría aplicarse en la universidad española en su artículo Cómo enseñar a escribir bien a los universitarios. Y Celia Torrejón-Tobío, de la Universidad de Granada, nos proponía Ocho maneras de repensar la clase de literatura: renovarse o morir.

La LOMLOE no ha gustado particularmente a los profesores de ética y filosofía. Estas asignaturas básicas para la formación de una ciudadanía crítica y comprometida han visto sus horas lectivas recortadas, como lamentaba Ekai Tzapartegi, de la Universidad del País Vasco, en su artículo Menos blablablá y más filosofía.

En cuanto a los cambios introducidos en el Bachillerato, Manuel Hijano del Río, de la Universidad de Málaga, y Antonio Miguel Nogués, de la Miguel Hernández ven luces y sombras.

Los jóvenes y las redes

Omnipresente a lo largo de ya de varios años, pero en especial de este 2021, es el uso y abuso de internet y las redes sociales por parte de jóvenes y pequeños. ¿Saben usarlas? ¿Les sirven para aprender mejor? Prueba de la preocupación que docentes y padres comparten, y la falta de respuestas claras, es que uno de los artículos más leídos del año fuera Los retos de TikTok ponen en alerta a las familias: ¿Hay que bloquear la plataforma?, de Laura Cuesta Cano, experta de la Universidad Camilo José Cela.

Directamente derivada de esa cuestión se encuentra la que tiene que ver con un deterioro de la salud mental de los alumnos en casi todas las etapas de la enseñanza. Redes sociales y confinamiento, fenómenos que se han retroalimentado el pasado año, se reparten casi a partes iguales la responsabilidad de una situación cada vez más preocupante, como se explicaba en los artículos Los estudiantes adolescentes sufren los efectos de un largo año de pandemia y Cómo influyen las redes sociales en los adolescentes. En el primero, Juan Luis Rodríguez Rodríguez de la Universidade de Vigo, analizaba varios estudios que indican un 27 % de adolescentes y jóvenes con ansiedad, un 15 % con depresión, y un 46 % con menos motivación. En el segundo, Mónica Moreno Aguilera, de la Universidad Nebrija, calificaba a las redes sociales de adicción sin sustancia más extendida entre los adolescentes.

La atención psicológica temprana, argumentan Mireia Orgilés y José Pedro Espada, de la Universidad Miguel Hernández, es hoy más importante que nunca, al igual que contar con suficientes profesionales en los centros educativos. Así lo explican en su artículo Proteger la salud mental en la infancia es urgente: ¿qué papel tienen los colegios?.

Y si la salud mental no goza de su mejor momento entre niños y adolescentes, no nos debe sorprender que el acoso escolar y el ciberacoso también hayan sido temas centrales de investigación y análisis a lo largo de este último año, especialmente ante la aprobación de la nueva Ley de Protección de la Infancia, que regula la detección y prevención de este fenómeno en los centros educativos. Desde la Universidad de Huelva, Emilia Moreno Sánchez nos recordaba la importancia de los primeros años de escolarización para prevenir actitudes y roles que después son muy difíciles de modificar, en su artículo Violencia de género en la escuela: hay una oportunidad para la prevención.

En este sentido, Juan de Dios Benítez y Rosario Ortega Ruiz, de la Universidad de Córdoba, nos proponían un enfoque interesante para afrontar este problema en su artículo Por qué la educación física es clave para prevenir el acoso escolar. Desde la Universidad de Deusto, Elena Quevedo y Fernando Díez Ruiz ofrecían también Diez ideas para crear buen ambiente en clase.

A lo largo de estos doce meses, en The Conversation hemos seguido y reflejado todas estas cuestiones, y muchas más, con nuestra habitual actitud crítica y divulgativa. Plantear fallos, proponer soluciones y explorar alternativas desde la especialización académica es nuestra razón de ser. Esperamos haberlo logrado, sin dejar de ser constructivos, en este año que termina.

The Conversation

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.

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