Benedicto Antequera y Ayala (1852-1917)

A principios del pasado mes de marzo se celebró en Argamasilla de Alba el VIII Ciclo de Conferencias “El Magisterio de la palabra” organizadas por la Asociación Cultural Los Académicos de la Argamasilla y auspiciadas por el Ayuntamiento de Argamasilla de Alba que dieron a conocer al público asistente, lugares y personajes emblemáticos vinculados a nuestra localidad, algunos de ellos prácticamente  desconocidos para el gran público a pesar de dar nombre a alguna de las principales calles de nuestro pueblo.

La escritora e investigadora  argamasillera Pilar Serrano de Menchén, tuvo a bien presentar y dar a conocer a los asistentes la figura de D. Luciano Benedicto Antequera y Ayala, nacido en Argamasilla de Alba el 8 de enero  1852. Periodista, abogado  y político liberal  en la época de la restauración borbónica,  Antequera formará parte del cuerpo de funcionarios al servicio de Archivo del Ministerio de la Gobernación desde 1882 hasta su fallecimiento (alcanzando en el escalafón el puesto de Oficial de primera clase con categoría de Jefe de Administración), carrera funcionarial que se verá interrumpida en diversas ocasiones con motivo de su actividad política y desempeño de altos cargos. Así además de ser diputado  (1886-1890 y 1901-1903) y senador (1905-1907) en las Cortes Españolas, ocuparía también los cargos de Fiscal del Tribunal de Cuentas, Secretario General del Gobierno Civil de Madrid e Inspector General de Primera Enseñanza (cargo para el que fue nombrado en dos ocasiones en 1911 y 1916).). Desarrollará también una importante carrera periodística ocupando distintos cargos en diversas cabeceras de la prensa escrita de la época, dedicándose en menor medida también al ejercicio de la abogacía.  Mantendrá así mismo una estrecha relación y participación en los más altos ámbitos intelectuales y culturales de la capital de España  y ostentará también altos cargos en el seno del Partido Liberal de Sagasta, Segismundo Madoz y Alberto Aguilera, quienes serán sus principales valedores en su carrera política y con los que mantendrá asimismo una íntima y estrecha amistad hasta su muerte. Antequera, aunque de tendencia progresista, se mantendrá siempre fiel al Partido Liberal, con una lealtad inquebrantable a los prohombres del partido,  manteniéndose siempre en un acusado e intencionado segundo plano fruto de su excesiva modestia, lo que le impedirá sin duda alcanzar más altas cotas en la vida política española de la época. Hombre de físico menudo (circunstancia ésta que será utilizada por la prensa conservadora y rivales políticos sin demasiado éxito para intentar ridiculizarle en sus distintas etapas como diputado y senador), Antequera cuenta sin embargo con una enorme talla y bagaje intelectual que conjuga con una modestia y fidelidad a sus ideales, que tanto sus correligionarios como sus opositores políticos no tendrán más remedio que reconocer en numerosas ocasiones.

Antequera será un firme defensor de La Mancha, de la clase obrera y de los más humildes. Su amor a La Mancha y su defensa en favor de las clases más desfavorecidos estarán siempre presentes a lo largo de su carrera periodística  y política. Uno de los asuntos a los que prestará especial interés serán los derechos de riego de las tierras altas del Guadiana (en particular de los pueblos de Argamasilla de Alba y Tomelloso) de los que será firme defenso y gestión de los molinos harineros situados en el cauce alto del Guadiana, denunciando la errática política estatal sobre este asunto tras la desamortización de Madoz. Sobre tema versará su libro El rio Guadiana alto: la Sociedad de Riegos del Valle del Guadiana y los pueblos de Argamasilla y Tomelloso (1915). Sus méritos, así como su pasión y defensa de esta tierra  fueron argumentos más que justificados para que Argamasilla de Alba titulara con su nombre  una de sus calles más céntricas  e importantes.

A pesar de haber dedicado muchas horas en los últimos dos años a investigar la vida y carrera de este político, periodista y abogado argamasillero, indagando no solo en sus orígenes,  sino también en su brillante periplo universitario, primero en Granada y después en Madrid,  así como en su carrera periodística, política y profesional como alto funcionario del Ministerio de la Gobernación, no pretendo tanto céntrame aquí en los datos biográficos y principales logros de Benedicto Antequera en su carrera profesional, política y periodística, sino en plasmar siquiera sucintamente, algunas pinceladas del ideal político y social que  Benedicto Antequera defenderá como periodista, político e intelectual a lo largo de su vida pública, de tal modo que nos permitan conocer un poco más su figura.  Para aproximarnos a ese objetivo podemos ayudarnos de dos aportes fundamentales. De una parte a través de sus numerosos artículos de opinión publicados en la Revista de España, de la que fue Secretario y después Director; publicación de pensamiento político e intelectual  propiedad de Antonio Leiva, de la que fuera también Director Benito Pérez Galdós y que contó entre su colaboradores con personajes muy relevantes de la época, tanto políticos como literarios (Emilia Pardo Bazán, Cánovas del Castillo, José María de Pereda, Giner de los Rios, Nicolás Salmerón, etc). En segundo lugar llevando a cabo la lectura de su memoria relativa las preguntas del Tema  X del cuestionario   de la Comisión para la mejora de las clases obreras, bajo el título “Condición Social y Política de la Clase Obrera” donde plasma de forma clara y meridiana su postura sobre diferentes aspectos de la problemática social de la época presidida por la conflictividad entre capital y trabajo. Antequera se configura como un político leal con los ideales liberales con una tendencia claramente progresista,  mostrándose crítico con el sistema de clases y caciquismo imperante en la época y con los diferentes acontecimientos y circunstancias históricas que agrandarán la brecha social existente en la España de finales del siglo XIX  y principios del siglo XX.

1. Defensor de la clase obrera y en particular de los obreros del campo.

A lo largo de su carrera política y periodística, Benedicto Antequera se va a caracterizar por su importante compromiso y defensa de los más débiles, denunciando sin bagatelas las miserias de la clase obrera española de finales del siglo XIX. Si bien Antequera denunciará la situación precaria de la clase obrera en general, quizás sus orígenes ligados a un pueblo eminentemente agrícola como Argamasilla de Alba sean razones que justifiquen el especial  énfasis que este político liberal pondrá en  las penurias y calamidades de la clase social obrera más numerosa en la España de finales del siglo XVIII y principios del XIX: la de los  obreros del campo. Así  llegará a escribir: 

 (….) aquí, la especie de obreros más necesitados de atención y cuidado, no la constituyen los manufactureros, por más que la suerte de los nuestros sea mucho peor que la de los demás.  En España, el trabajador más descaecido y numeroso es el agrícola;  (…)

Benedicto Antequera en su afán de denunciar la desigualdad social reinante en la España de finales del XIX, llegará a afirmar que si alguna vez habían existido clases sociales en España, nunca habían llegado a tener los relevantes caracteres que entonces se daban, donde en escasas ocasiones los miembros de la clase social obrera lograban romper el cerco y acceder a las ventajas y parabienes del capitalismo. Antequera destaca en su obra el innegable avance logrado en libertades políticas y en el reconocimiento de derechos innatos, plasmados en constituciones y en leyes, pero denunciará que eso no bastaba para negar la existencia de diferencias insalvables entre los elementos sociales de un pueblo:

Si yo me diera tal maña y poseyera el arte necesario para, sin molestia, decir muchas cosas, analizaría nuestra legislación a fin de probar que toda ella, exceptuadas las constituciones, quizá porque jamás se cumplen, está encaminada al beneficio exclusivo de las clases directoras.

2. Derecho a la seguridad en el trabajo.

Un derecho que hoy nos parece esencial en el ámbito de las relaciones laborales, como es el derecho a la seguridad en el trabajo y la prevención de los riesgos laborales ya era defendido y enarbolado por Antequera a finales del siglo XIX, criticando duramente el abandono legislativo respecto a las clases más débiles y la absoluta desprotección de su único capital representado por su esfuerzo y su trabajo:

(…) Lo primero que salta a la vista cuando de legislación se trata, es que siendo España la nación más rica en el mundo de leyes civiles, o sea privilegios de la propiedad, apenas hay alguna, y es mala, deficiente y en desuso, que procure regular el trabajo, única propiedad, si tal nombre merece, del proletario. Si hombres ignorantes y malvados cometen contra la riqueza delitos desacostumbrados, sucédense las leyes especiales con tal copia y celeridad, como si las comunes fueran hechas para sancionar el delito; pero si mueren cada día decenas de infelices obreros, los cuales, empujados por la codicia del capitalista, caen de inseguro andamio sobre las piedras de las calles, a nadie se le ocurre siquiera pensar en una ley que garantice la vida del trabajador y, cuando éste fenece en beneficio ajeno, el bienestar relativo de su desdichada familia. Las fábricas, las imprentas y los talleres son, más que centros de producción, almacenes de mortales enfermedades; pero nada de legislar sobre esto, pues no merece la salud y la vida de hombres indignos por su mendiguez y poquedad, que se toque a la sagrada, absoluta e inviolable propiedad del rico.

3. Desigualdad social en la aplicación de la ley penal.

La denuncia de la desigualdad de los españoles ante la Justicia y la aplicación de la ley penal  dependiendo de su origen social, también será otro de los caballos de batalla de Antequera, poniendo de manifiesto la desproporción existente entre las penas aplicables a los delitos contra la propiedad, muchas y prolijas,  y  la casi total ausencia de ellas para castigar aquellos delitos cuyos daños sufrían las clases más humildes. También pondrá en entredicho las estadísticas oficiales de criminalidad, por parciales y partidistas, denunciando que rara vez comprendían en ellas  los crímenes de los miembros de la alta sociedad, de los grandes propietarios, de aquellos potentados muchas veces enriquecidos a costa de las penurias de la gente humilde y trabajadora y en suma los crímenes cometidos por todos aquellos  usureros a los que Antequera se refería de esta forma: “El que en veinticuatro horas se enriquece, ha debido ir un día antes a la horca”.

4. Postura crítica  con la pena de muerte. 

Su postura crítica con la pena de muerte tiene su manifestación más destacada en una crónica de política interior  publicada por el periodista y político argamasillero en la Revista de España, en  julio de 1890 con motivo del famoso caso conocido como “El crimen de la calle Fuencarral” ocurrido el 2 de julio de 1888 y que culminaría tras un proceso bastante irregular (donde se ejercerá por primer vez en España la acción popular) con  la ejecución en el garrote vil de Higinia Balaguer, una criada acusada de robo y de  la muerte por apuñalamiento y posterior intento de hacer desaparecer el cadáver de su señora llamada Luciana Borcino.

Su ejecución en el patio de la Cárcel Modelo en la madrugada del día 19 de junio de 1890 congregaría a más de veinte mil personas y sería la última que se realizaría en público por este método. El caso  motivó un importante clamor popular tras ser desatendidas las numerosas y reiteradas peticiones de indulto y generaría acalorado debate en la opinión pública madrileña y por extensión del resto de España. Estos son unos extractos de la crónica escrita por Benedicto Antequera sobre este caso:

 (…). No sabemos hasta cuándo dejarán de convencerse ciertos espíritus rutinarios de que la ejemplaridad de la pena de muerte es una ridícula bicoca. La ejemplaridad de la pena está, ante todo, en que sea justa, en la certidumbre de su aplicación a todo delincuente y en quesea eficaz. Mientras queden sin castigo la mayor parte de los delitos y solo se pene á los criminales poco avisados, la ejemplaridad servirá, si acaso, para avivar el ingenio del delincuente en lo sucesivo (..).

El aborrecible espectáculo se presta, por lo demás, a tristísimas consideraciones. En tales momentos sale á la superficie toda la hipocresía y el salvaje egoísmo de las sociedades. Se hace feria de la desdicha ajena, y la gente acude como a teatro a la horrible diversión. Gózase la sociedad en dilatar el tormento horrible de una agonía infinita por la intensidad; finge interesarse por la salvación eterna de unos seres que ha cultivado para el crimen en la miseria y la degradación, ( …)

(…) Esa sociedad, que no se ha cuidado del delincuente cuando desfallecía de hambre y la codicia de explotadores hacía fructificar en su alma gérmenes de inmoralidad, generadores del crimen, aliéntalo con esperanzas sarcásticas, cuando ninguna le queda, y le proporciona alimentos ya innecesarios, más que por caridad porque no se desluzca el ansiado espectáculo.

Cuando se ven ciertas cosas da vergüenza pertenecer á la humanidad, y se envidia por un momento la condición moral de los seres más degradados (…).

5. Defensor de la igualdad entre hombres y mujeres en el ámbito laboral.

Consecuente con sus ideales, Antequera se postulará también a favor de la igualdad entre hombres y mujeres en el ámbito laboral. Destaca en este aspecto la defensa que hará del derecho de las mujeres Inspectoras a ocupar puestos superiores en la Inspección de Enseñanza y que tradicionalmente les venían siendo vetados con carácter general, quedando postergadas en la última categoría del escalafón de la inspección de enseñanza y por ende peor retribuida. Y todo ello a pesar de en los oportunos procesos de promoción tuvieran más méritos para el ascenso que sus compañeros varones. Los recursos formulados por varias de estas inspectoras contra distintas disposiciones del Ministerio de Instrucción Pública, que venían a legalizar lo que hoy llamamos “techo de cristal” en el que se estrellan a menudo las legítimas aspiraciones de muchas mujeres, serían estimados  finalmente por la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo en una sentencia dictada el  15 de marzo de 1915.

Pues bien, Benedicto Antequera adelantándose a esta sentencia publicará una “Carta abierta” en la revista  de la Asociación Nacional de Inspectores criticando esta situación de discriminación y defendiendo el derecho a la promoción en condiciones de igualdad de las mujeres inspectoras de enseñanza. Así lo pone de manifiesto  María Teresa López del Castillo en su obra “Defensoras de la Educación de la Mujer. Las primeras inspectoras escolares de Madrid (1861-1926), p., 216:

Justo es decir que no faltaron a las inspectoras algunos importantes apoyos. Especialmente salió en defensa de sus derechos Benedicto Antequera Ayala, quien había sido Inspector General de Primera Enseñanza desde enero de 1911 a diciembre de 1913, (….).

6. En contra de la prostitución.

Benedicto Antequera se postulará también como un ferviente luchador contra la prostitución  y firme defensor de quienes se veían abocados a ella, denunciando la doble miseria que tenía que padecer la mujer proletaria obligada en muchas ocasiones a prostituirse, siendo esclava no solamente del capricho y vicio de hombres poderosos y sin escrúpulos sino también del trabajo, consecuencia del hambre y de la  numerosa prole que en muchas ocasiones había de mantener.

Para Antequera la prostitución, lo mismo que la miseria, era una forma específica de la clase proletaria, manteniéndose de ella y de sus desgracias y penurias, llegando a considerar que a lo largo de la historia no existió un estado más pernicioso e inmoral de la persona. Para él esta lacra social revelaba  mejor que ninguna  la miserable condición del proletariado:

 La esclavitud más denigrante no es comparable con esta servidumbre del alma y perpetua violencia y prisión del cuerpo, que sin alteración de nuestros delicados sentimientos cristianos y democráticos presenciamos a la continua. El látigo, el cepo y el grillete del infame negrero y del villano señor de ingenios, eran fruslerías junto al trato inicuo, tormentos físicos y torturas morales, de que son víctimas esas infelices criaturas que, macilentas y envejecidas a los quince años, os salen al paso en helada noche de invierno, ateridas, hambrientas y hostigadas por la crueldad de sedentaria celestina. Dejad a la más libidinosa y sucia imaginación, que invente concupiscencias y hediondeces; soñad lo más repugnante, lo que más rebaje y deprima; fantasead cuantos sufrimientos, infamias y locuras os sugieran los más extravagantes sucedidos, y, haciendo con todo eso junto una leyenda, no os habréis aproximado a la realidad, ni podréis completar el extraño lexicón, expresivo de las feísimas acciones, a que sujeta esta despreciable sociedad a esas desdichadas mujeres. Ni menos podréis venir en conocimiento de las bellaquerías, cobarde y ruin tratamiento, que reciben de los caballerosos individuos de estas nuestras doctas, morales y elevadas clases directoras……

Antequera denunciará la parsimonia, inoperancia y pasividad de los distintos gobiernos y de la sociedad en general frente a esta lacra, así como  el desigual reproche penal, que atendiendo al origen y clase social del autor, merecían conductas igualmente soeces y reprobables que tenían como víctimas a la mujer, a los  menores y a otras personas  especialmente vulnerables, criticando como se castigaban esos hechos como crimen atroz cuando  era perpetrado por el obrero o sirviente sobre un menor, perdiendo su carácter abominable esa misma acción, sino es que se convertía en merecimiento para la víctima, cuando  el autor gozaba de buena posición social.

7. Contrario a las concepciones absolutas del individualismo y socialismo así como del valor absoluto del derecho a la propiedad.

Consecuente con sus ideales, Antequera se plantea el derecho a la propiedad ponderándolo siempre  con otros derechos fundamentales como el derecho a la dignidad y defendiendo siempre su necesaria armonización con los fines sociales con los que ha de conjugarse:

 Sagrada es, sin duda, la propiedad individual, pero no lo son menos la vida, el honor y otros esenciales atributos del hombre.

Pone el acento Antequera en  lo que para él es entonces un  errado concepto de esta institución. Antequera considera que combatir la propiedad privada, de profundas raíces, sería tan insensato como lo era la injusticia de los que la consideraban sacrosanta y divina forma, superior a todos los demás derechos, incluidos los inherentes a la propia condición humana. Alertará que tan mal cimentado concepto de esa institución sería inútil  para contener la crecida de descontento social que ya por entonces anunciaba Antequera, abogando por su necesaria e imprescindible armonización con el resto de derechos, sosteniendo que pretender aniquilar la propiedad, la cual responde a un sentimiento tan hondo, permanente y justo en sí del individuo, era tan absurdo como pretender ponerla por encima de todos los demás derechos del individuo.

Junto a ese erróneo concepto de propiedad, Antequera sitúa las que son para él  dos falsas concepciones absolutas de Estado, claramente antagónicas   y que se configuraban a su juicio  como una de las principales causas de la errática situación sociopolítica de la España de la época:  individualismo y socialismo.

Si  bien niega ser socialista, Antequera confiesa que no le atrae la idea de dejar totalmente abandonado al hombre  a leyes naturales propias del individualismo considerando que han de acomodarse en todo caso con otro orden superior. Así Antequera,  como los individualistas, deseaba ver al Estado libre  de funciones que consideraba que se realizarían  mejor sin él, como la enseñanza,  la libre exportación e importación, etc,. Sin embargo para Antequera ese individualismo debía modularse por el Estado  atendiendo al hecho de que la vida  y los derechos innatos de la persona son superiores y preferentes a la riqueza.

Pero matiza Antequera que esa acción del Estado ha de serlo  sin menoscabo jamás de la libertad individual. Antequera creía con todo convencimiento que el poder bien ordenado, justo y sabio, no necesitaba tocar la libertad para conseguir una total transformación económica de las sociedades.  Se perfila así el ideal político de este Argamasillero que bien se pone de manifiesto en estas palabras suyas:

No soy socialista por lo que no soy ortodoxo individualista, porque me parecen, sólo por serlo, absurdas todas las doctrinas absolutas en lo tocante al régimen y gobernación de las repúblicas: mas si fuera socialista, lo consideraría honroso y además compatible con mis ideas, tanto más cuanto que yo para mí tengo que nadie es de corazón demócrata y cristiano, que no tenga sus puntas y ribetes de socialista.

Tal y como apuntaba al principio, Benedicto Antequera se caracterizará  en su carrera política  por su excesiva modestia, cualidad  que impedirá en muchas ocasiones que se imponga por encima de ella su brillantez y talento. De hecho no pocas veces la prensa de la época se hará eco de dicha circunstancia. Sin embargo ese mismo hecho hará que sea un personaje apreciado no solo por sus correligionarios liberales sino también en muchas ocasiones por la prensa conservadora, sobre todo al hacerse eco de alguno de sus nombramientos más destacados. Baste como ejemplo esta noticia publicada en el diario.  La Correspondencia Militar, periódico militarista y conservador que en no pocas ocasiones hizo mofa de Antequera a costa de su baja estatura durante sus años como diputado. Así lo trataba y reconocía en su publicación de 12 de marzo de 1901:

El secretario del Gobierno Civil.

Ha tomado posesión del cargo de secretario general del (Gobierno civil de Madrid D. Benedicto Antequera. Este nombramiento ha producido inmejorable impresión por las condiciones de inteligencia, honradez y laboriosidad que concurren en el Sr. Antequera, a quien se ha hecho justicia bastante más tarde de lo que los méritos de nuestro buen amigo exigían.

Para concluir me gustaría hacer una breve referencia algunos detalles que a mi juicio ponen de manifiesto que Antequera a pesar de los destacados puestos desempeñados a lo largo de su vida, no se afanará en ser un hombre rico y ascender a toda costa en la escala social. Al contrario, es conocida su labor altruista en favor de los más necesitados de la que se da cuenta en varias ocasiones en la prensa de la época. Así se refiere a él “El Heraldo” en un artículo publicado con ocasión de su nombramiento como Secretario del Gobierno Civil de Madrid que ya hemos citado:

(…) Pobre, muy pobre, llegó á Madrid, y al mismo tiempo que ganaba su pan honradamente seguía con aprovechamiento la carrera de Leyes y obtenía con las mejores notas su grado. (…) Hoy, por fin, se le hace justicia (…) Da gozo pensar en la alegría que habrá producido este nombramiento en el hogar de este hombre honrado y laborioso, donde todos los días se sienta a la mesa una numerosa prole que, entre chicos y chicas, pasa de la docena, y en la que hay puesto para el pariente pobre, para el amigo desatendido, para todo el que llega, y todo está sostenido por la labor honrosísima de un hombre de cuerpo muy chico, pero de corazón muy grande.

 Siempre sensible a las dificultades de las clases más humiles, pasará a formar parte en febrero de 1915 de la Comisión Ejecutiva del Patronato del Asilo de Santa Cristina, fruto de una reunión presidida por el Obispo de Madrid-Alcalá y que vendrá a sustituir a la casi extinta Junta de Los Protectores de los Pobres, de la que dimanó la fundación del asilo y de la  que fuera alma mater el alcalde de Madrid, el liberal Alberto Aguilera.

Sin duda uno de los episodios mas destacados que ponen de manifiesto el hecho de que la política no lo enriqueció, fue el bochornoso episodio que tendrá lugar con motivo de su elección como senador electivo en las elecciones del 24 de septiembre de 1905, cuando  llegado el momento de su toma de posesión en la Cámara Alta, los miembros del partido conservador alegarán su insuficiente renta para ser designado senador electo. Hay que tener en cuenta que conforme al art. 20 de la constitución de 1876, la cámara alta  se componía entonces de senadores por derecho propio, senadores vitalicios nombrados por la Corona  y senadores elegidos por la Corporaciones del Estado y mayores contribuyentes. Buena parte de los senadores, además de ostentar el cargo o condición que les era exigida para acceder a la cámara alta por alguna de las tres vías citadas, debían acreditar disponer de una determinada renta para su nombramiento. Antequera pertenecía a último colectivo de senadores (electivos), los cuales debían poseer una renta anual de veinte mil pesetas o pagar cuatro mil pesetas por contribuciones directas al Tesoro público, siempre que además fueran Títulos del Reino,  y que además hubieran sido Diputados a Cortes, Diputados provinciales o Alcaldes en capital de provincia o en pueblos de más de veinte mil almas.

Pues bien, llegado el momento de presentar el dictamen de la Comisión de Actas al pleno del Congreso, el otrora ministro de distintos gobiernos conservadores Manuel Allendesalazar, sostendrá que Benedicto Antequera no acreditaba suficientemente con la documentación obrante en su expediente, disponer de la renta mínima exigida para ser nombrado senador. La cuestión suscitará un acalorado debate entre Allendesalazar y  Alberto Aguilera, a la postre valedor de Benedicto Antequera, que se prolongará durante varias sesiones. El Sr. Aguilera defenderá el dictamen de la Comisión de Actas, sosteniendo el derecho del Sr. Antequera, que justificará por acta notarial legalizada que en una casa de comercio de Daimiel poseía un capital, cuya renta excedía las 20.000 pesetas que eran exigidas,  manteniendo Allendesalazar una firme oposición llegando a poner en entredicho la autenticidad del referido acta notarial.

La cuestión del acta de Benedicto Antequera pondrá de nuevo sobre la mesa el debate acerca del papel que realmente desempeñaba el Senado en la vida legislativa española de la época (cuestión que sigue latente en nuestros días) y dará paso a una dura crítica desatada contra el destacado papel que la renta de los candidatos a senadores desempeñaba en la elección de los miembros de la cámara alta. Baste un extracto de un artículo   publicado en “El Día” el 14 de noviembre denunciando la situación bajo el título “El acta del Sr. Antequera”:

Pensando en las cosas raras que en España acontecen, salta á la vista una de esas incongruencias, una de esas grandes injusticias que aquí se cometen en todos los órdenes de la vida, y que ahora salen á la superficie con motivo de haber sido proclamado senador D. Benedicto Antequera. La apreciación a que hacemos referencia, y que para vergüenza nuestra, en España constituye una ley, puede plantearse en estos términos:

¿Cuál vale más, el talento ó el dinero?

(…) Con gran sorpresa de todo el mundo vuelve a reaparecer, a  resurgir y a ponerse sobre el tapete la cuestión de dinero, con motivo de la elección de senador de D. Benedicto Antequera, y no faltan senadores cucos, de los que han sabido enriquecerse, que rajan y tajan contra la admisión del Sr. Antequera, porque no es rico, porque no ha sabido hacer dinero. ¿No es esta una nación vergonzosa y decadente? (…)

(…) Un Senado que no quiere recibir en su seno á un intelectual como D. Benedicto Antequera, sólo porque no se dedicó a enriquecerse, prestando á intereses, despojando labriegos, practicando el infernal pacto de retro o haciendo jugadas de Bolsa, es un Senado que necesita una reforma con toda urgencia.

Bien está que a la nobleza, que a los que representen la propiedad, se les exijan bienes de fortuna, puesto que en ese concepto, solamente como representantes de clase, van a la alta Cámara.

Pero ¿a los demás? ¿A titulo de qué? ¿No es la cultura, la honradez y el talento; no es el conocimiento de las leyes y de la sociedad, el conocimiento del progreso, lo que se necesita en toda Cámara deliberante que vota y discute presupuestos, la guerra o la paz, las cuestiones que se relacionan con la conciencia, con la instrucción, con el arte, con las defensas nacionales, con los tratados?.  Pues entonces, ¿por qué se le cierra la puerta al sabio o se le dificulta la entrada, y se le abre de par en par al asno cargado de oro? El Senado debe reformarse si ha de responder a algo práctico, (…). El animal enriquecido, que careció de sensibilidad para despojar á sus semejantes, para conmoverse ante ningún dolor humano, o que no se paró ante ningún escrúpulo con tal de obtener provechos, no debe ni puede ser preferido al talento.

Finalmente, tras arduas discusiones y debates, el dictamen de la Comisión de Actas será aprobado y Benedicto Antequera jurará su cargo como Senador.

Luciano Benedicto Antequera y Ayala fallecerá en Madrid la mañana del 25 de enero de 1917de forma casi repentina tras una breve convalecencia. El día de antes Antequera había acudido a su puesto de trabajo en el Ministerio de Instrucción Pública  como Inspector General de Primera Enseñanza y nada hacia presentir entre sus más allegados un desenlace tan repentino. De su muerte se hará eco la mayor parte de los periódicos madrileños incluyendo breves reseñas biográficas de la vida de este político y periodista, abogado del Colegio de Madrid y doctor en Filosofía y Letras. Las muestras de afecto se sucederán tanto en la prensa afín al partido liberal como en los periódicos de signo conservador, lo que denota como ya hemos indicado la admiración y respeto que profesaban políticos de distinto signo hacia su figura.   Al poco tiempo de su muerte la Revista Manchega, en su número de 10 de febrero de 1927 incidía en ello, trayendo a colación a otro importante político de origen asturiano, amigo de Antequera,  vinculado a nuestra tierra y al que Argamasilla de Alba también le brinda una de sus calles:

 Benedicto Antequera, diputado y senador que fue por esta provincia, amigo predilecto de Moret, ha fallecido en Madrid. Retirado de la política activa y consagrado por entero a la enseñanza, ha muerto de inspector general de Instrucción Pública. Antequera pudo y no quiso ser ministro. Melquíades Álvarez quiere y no puede.

Estos son  a grandes rasgos algunos de los principales apuntes que nos permiten esbozar  y conocer algo más el pensamiento político y social de este periodista, abogado, intelectual  y político  argamasillero que en mi humilde opinión y coincidiendo con lo apuntado por D. Daniel Lucendo Serrano (otro insigne participante en el referido ciclo de conferencias que nos dio a conocer los pormenores de la historia de la Casa de La Tercia de Argamasilla de Alba), ha sido uno de los hijos más relevantes (si no el que más) de nuestro querido pueblo.

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