Babosas y caracoles, de abono y bioindicadores de contaminación a plaga para los cultivos

Las babosas y los caracoles son moluscos gasterópodos terrestres ampliamente distribuidos por el planeta. Con un elevado número de especies (más de 35 000), representan uno de los grupos de mayor éxito y diversidad en los ecosistemas terrestres.

Estos pequeños animales tienen hábitos nocturnos, bajo condiciones adecuadas de humedad y temperatura. Su actividad dura unas seis horas y es cuando se desplazan, se alimentan y copulan.

Desempeñan un papel muy importante en nuestros ecosistemas, aunque no siempre beneficien al humano. Por un lado, llevan a cabo importantes funciones ecológicas. Por otro, causan plagas en muchos cultivos o actúan como hospedadores intermediarios de agentes patógenos en las cabañas ganaderas o en las plantaciones.

Abono para el suelo

Estos gasterópodos contribuyen al reciclaje de la materia orgánica –aunque su consumo no es muy elevado–, favoreciendo el trabajo de los microorganismos edáficos. Además, la hojarasca fragmentada proporciona una fuente de alimento para otros animales que pueden estimular aún más la actividad microbiana.

Sus heces son un medio ideal para la actividad de los microorganismos del suelo. Tanto estas como la baba que segregan durante sus desplazamientos y en la cópula contribuyen a la estructuración de las partículas del suelo, así como a la adición de nutrientes al medio edáfico debido al aporte de mucoproteínas. Al mezclar fracción orgánica e inorgánica alteran la textura y estructura edáfica, la porosidad, retención de agua, intercambio gaseoso y las propiedades químicas y nutricionales del suelo, contribuyendo a regular la mineralización y humificación de la materia orgánica.

Otro aspecto beneficioso importante para los ecosistemas es que sirven de alimento a numerosas especies animales, tanto de invertebrados –coleópteros, dípteros, ciempiés e incluso otros caracoles y babosas– como de vertebrados –sapos, ranas, salamandras, luciones, mirlos, estorninos, erizos, topos, tejones, etc.–.

Bioindicadores de contaminación

Siguiendo con los aspectos positivos, hay que comentar el hecho de que pueden actuar como bioindicadores de contaminación por metales pesados o pueden ser utilizados como animales de laboratorio para estudios de neurofisiología o genética de poblaciones.

Es muy frecuente que los suelos contengan trazas de metales pesados como el cobre, el plomo, el zinc, el níquel, el cadmio y el mercurio, que pueden alcanzar niveles tóxicos para las plantas y los animales. Hay especies de caracoles y babosas que almacenan estos metales en su glándula digestiva o en los distintos tejidos de su cuerpo. Analizando sus órganos podemos tener una idea de los niveles de metales en diferentes zonas. Está demostrado que pueden acumular mayores concentraciones que otros invertebrados.

Sopa de caracol

Existen varios informes sobre el uso medicinal de las babosas y caracoles y su baba. Se utilizaban como cura para la tuberculosis y otras enfermedades pulmonares. Se empleaban como ungüentos, se frotaban sobre las verrugas y se consumían en forma de caldo o vivos –en Japón como remedio para el lumbago–.

Y no podemos olvidar del consumo por parte de los humanos de estos gasterópodos, casi en exclusividad caracoles. Este consumo está documentado desde la antigüedad, por la aparición de grandes acúmulos de conchas en las cuevas habitadas por nuestros ancestros.

Actualmente, la cría de caracoles (helicicultura) es una actividad extendida por numerosas partes del planeta, debido a la gran demanda que existe de estos animales, sobre todo en Europa y en Norteamérica. Su cultivo desempeña un papel muy importante, pues convierten la materia vegetal en biomasa potencialmente utilizable.

Daños en los cultivos

Los caracoles y las babosas actúan como consumidores primarios y ejercen una fuerte presión selectiva sobre las plantas de las que se alimentan, lo que afecta a la composición y diversidad de las comunidades vegetales.

Además, causan daños en los cultivos por herbivoría o transmitiendo patógenos o parásitos. Muchas especies causan importantes pérdidas económicas en las explotaciones agropecuarias, llevándolos a alcanzar el rango de plagas. Muchos especialistas resaltan el hecho de que los daños ocasionados por estos animales se han incrementado en las últimas décadas, sobre todo debido a los cambios en las técnicas de cultivo y a la disminución de las poblaciones de sus depredadores por el uso y abuso de plaguicidas.

Estos efectos dañinos se ven favorecidos por las actividades agrarias que proporcionan diversidad de hábitats con las condiciones óptimas para los moluscos: humedad elevada, materia orgánica y temperaturas moderadas.

Pueden causar perjuicios agrícolas al estropear la apariencia externa del producto, destruir la semilla tras la siembra, consumir jóvenes plántulas o provocar daños en las hojas de las plantas adultas. Afectan tanto a cultivos hortícolas como florares, silvicultura, fruticultura, pastizales, plantas aromáticas o medicinales. Son uno de los problemas de más difícil solución en agricultura sostenible debido a la falta de medios de control de plagas de gasterópodos autorizados en la agricultura biológica.

En general, retrasan el crecimiento de las plantas y pueden provocarles la muerte. No tienen un patrón concreto de daño y su magnitud varía según múltiples factores: las zonas del planeta, de un año a otro o entre las distintas estaciones del año; según la actividad de los individuos, de su edad y tamaño; de la densidad de población, etc.

Los gasterópodos terrestres han estado siempre estrechamente relacionados
con el ser humano. Aunque traigan de cabeza a los agricultores, debemos agradecerles los numerosos servicios que nos prestan.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.

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