Cuando Albert Camus recibió el Nobel de Literatura, escribió una carta de agradecimiento a su profesor. En ella, entre otras muchas cosas maravillosas sobre la profesión docente, decía algo que siempre me ha hecho emocionarme: «Cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted». Ya seas docente o no, os animo a buscar la carta y leerla, es breve y estoy convencida de que os emocionará tanto como me emociona a mí.
La profesión docente no es una profesión cualquiera. Podemos pensar que cada profesional podría decir lo mismo de su oficio, sin embargo, quienes se dedican a la enseñanza cargan sobre sus espaldas una responsabilidad que podría representarse como los antiguos atlantes que sujetaban el mundo. Un docente o una docente nos transforma, porque un docente o una docente nos sujeta, durante el proceso de aprendizaje y, queramos o no, después de él (Camus nos lo recuerda).
Quien se dedica a la enseñanza, primero, debe dominar su oficio, que es algo diferente a dominar conocimientos, que, por supuesto, es de capital importancia; pero además, debe ser un profesional comprometido con su alumnado y con la comunidad educativa de su centro, actitud que se relaciona forzosamente con un compromiso social y psicológico; y a ello le sumamos que debe estar informado de la actualidad, tanto cultural como tecnológica como metodológicamente, pues es parte de su labor transmitir las 4C: pensamiento crítico, comunicación, colaboración y creatividad. Y es que, un profesional de la docencia, además de enseñar, sobre todo, educa y prepara para la vida real y en la vida real, porque la escuela ya es la vida real de nuestros niñas, niños y jóvenes.
Quienes nos dedicamos a la docencia tenemos la paciencia de esperar los resultados que, en la mayoría de los casos, no llegamos a ver jamás. No porque no los haya, los hay siempre, sino porque mientras muchos de las chicos que pasan por nuestras aulas están desenvolviéndose en la vida, nosotros ya estamos volcándonos en una nueva generación de estudiantes, buscando sus potenciales, considerándolos ese mármol bruto que puede convertirse en un futuro en juristas, astronautas, periodistas, policías… o docentes. Porque es cometido de las escuelas conseguir transformar unas frases inconexas en emotivas declamaciones, unos ademanes inmaduros en gestos de respeto, unos garabatos incomprensibles en una firma que conllevará un compromiso.
Hoy, en el Día Mundial de los Docentes, deseo felicitar y agradecer la tarea que día a día, año a año —algunos más difíciles que otros— realizáis sin descanso, porque ser docente es tener la mente dentro de las aulas casi la mayor parte del tiempo de nuestras vidas. Nuestra sociedad, construida por la humanidad, es imperfecta —como es el ser humano—, pero sé que, sin docentes, esta sería no solo más imperfecta, sino que, además, improductiva. Gracias de nuevo.
Por Rosa Ana Rodríguez Pérez
Consejera de Educación, Cultura y Deportes