«Estaba durmiendo en mi habitación y me llamó una periodista española. Me dijo que querían ayudarme a salir de Afganistán. Cogí una bandera de mi país y me despedí de mis padres». Estas fueron las palabras de Khadija Amín, quien en momentos de desesperación vio una luz al final del túnel, una oportunidad de escape proporcionada en su momento más oscuro. Sin saberlo aún, esta llamada sería el comienzo de su nueva vida como refugiada en España, lejos del país que la vio crecer, pero también la expuso al terror del régimen talibán.
En agosto de 2021, los talibanes conquistaron Afganistán en un avance fulminante que no requirió más que días para ser efectivo. Esta toma representó un retroceso devastador para los derechos y libertades, particularmente para las mujeres y las niñas afganas. Estados Unidos, después de invertir millones en el intento de democratizar Afganistán, cedió el país a los talibanes tras firmar los Acuerdos de Doha en 2020, acordando la retirada de sus fuerzas a cambio de promesas talibanas de cortar lazos con Al-Qaeda.
Bajo el nuevo/antiguo régimen talibán, las restricciones impuestas a las mujeres son severas y desoladoras. Los talibanes han limitado el derecho de las mujeres a trabajar y estudiar, confinándolas en roles extremadamente restringidos dentro de la sociedad. Aseguran permitir algunas libertades dentro del marco de la ley islámica, pero en práctica, esto se traduce en una casi total opresión y marginación.
Khadija Amín, antes presentadora de televisión y ahora refugiada, es solo un ejemplo visible de un problema vasto y complejo. Ella y muchas otras mujeres enfrentaron amenazas directas a sus vidas por buscar mejorar la situación de los derechos humanos en Afganistán. La educación de las niñas, en particular, ha sufrido enormemente bajo el régimen talibán, con más de un millón y medio de niñas negadas al acceso educativo según datos de Unicef, empujándolas hacia matrimonios tempranos o confinándolas al ámbito doméstico.
A pesar de la cruel realidad, algunas mujeres valientes han encontrado maneras de resistir, utilizando plataformas en línea para levantar sus voces y compartir su música y pensamientos, desafiando el mandato de silencio impuesto por los talibanes. Pero como señala Amín, estos esfuerzos, aunque valientes, difícilmente cambiarán la situación sin un cambio de gobierno o la partida de los talibanes del poder.
Mientras tanto, paradójicamente, Afganistán experimenta un auge en el turismo, un fenómeno que Khadija y muchas otras mujeres ven con incredulidad y frustración, viéndolo como una validación del régimen talibán a ojos del mundo.
El dolor y la desesperación de Khadija reflejan el de miles de mujeres y niñas afganas que ven evaporarse sus sueños y libertades bajo el yugo opresor de los talibanes. Su llamamiento a no olvidar a las mujeres afganas es un recordatorio crítico de que, más allá de los titulares de noticias, las luchas por la libertad, la dignidad y la igualdad continúan cada día en Afganistán.