El curso pasado empezó la implantación de la nueva ley de educación española, la LOMLOE, que introdujo algunos cambios relevantes en la manera de entender y de organizar la educación. No significa una revolución con respecto a lo que había anteriormente, aunque sí que prepara el terreno para transformaciones interesantes.

El despliegue de contenidos corresponde a las comunidades autónomas y, para este curso 2022–2023, la previsión es la implantación en los cursos impares de primaria, ESO, bachillerato y ciclos formativos de grado medio, aunque su desarrollo está siendo desigual en cada territorio.

En el día a día y a corto plazo, el cambio será leve, en exámenes, deberes en casa y trabajo en aula, porque la apuesta se dirige hacia fundamentos de lo que debe ser una educación escolar en esta época de globalización, digitalización y diversidad.

Los contenidos de siempre, pero con novedades

De momento, no se termina con aquello de “¿Cómo va mi hija en matemáticas?”. Eso seguirá por muchos años. De hecho, lo que se conoce como el currículo escolar experimenta cambios ligeros.

No se modifican sustancialmente los contenidos concretos que se podrán encontrar en libros de texto o materiales digitales al uso. El contenido es el que es y no cambia de un año a otro: la historia, las matemáticas y la lengua seguirán siendo las mismas.

Lo que se modifica es la orientación que deben tener los contenidos en la educación. Más que acumular información, lo que se busca es un conocimiento para que cada alumno produzca saberes teóricos y prácticos fundamentales.

Se pretende también que todo el mundo encuentre sentido a lo que aprende en la escuela. Se trata de que los contenidos educativos sean sensibles a lo que ocurre en la sociedad de hoy, en clave de género, etnocultural, etc. Para ello, se realiza una ampliación hacia estas nuevas necesidades sociales y, de paso, se depuran estereotipos como los derivados de imágenes o contenidos de carácter machista o racista.

Contenidos que trascienden fronteras: las competencias

Ese afán por encontrar sentido a lo que se aprende se traduce en propuestas que trascienden las fronteras de cada asignatura. Se intenta que los aprendizajes se asemejen lo máximo posible a lo que ocurre en la realidad. Es decir, si la vida real se presenta de manera indivisible, sin distinguir entre ciencias o artes, lo que ocurre en la escuela debería asemejarse también a esa realidad global, sin demasiadas fronteras internas con asignaturas aisladas.

Los aprendizajes atraviesan asignaturas y todo alumno podrá ser capaz de proyectar en la realidad esos aprendizajes. Por ejemplo, con la transición ecológica. El alumno debe conocer qué ocurre con esto (causas y efectos) pero debe ser capaz de actuar en consecuencia.

A eso se ha venido a denominar competencia, que acompaña a los contenidos del currículo para dar un significado a lo que se aprende; para ello, cada escuela puede agrupar los contenidos por ámbitos de la manera que entienda mejor para sus alumnos. Esta información es importante para las familias para que puedan dar el apoyo necesario desde casa, que también será menos especializado y más generalista.

Los métodos experimentales y globalizadores

Bajo ese enfoque, ya intuimos que los métodos pedagógicos sí que pueden experimentar cambios algo más profundos. En realidad, la ley no determina un método concreto. Eso queda fuera de su alcance. Pero es cierto que esa organización de contenidos induce a pensar que buena parte del aprendizaje se deberá desarrollar mediante procedimientos algo más experimentales y globalizadores.

Es decir, para encontrar ese sentido, el trabajo del alumno será más activo. No se limitará a reproducir con detalle lo que ha oído o leído; ahora se le pide que ponga en marcha algún proceso personal de reorganización o reestructuración de lo aprendido para realizar una producción, normalmente en colaboración con otros, que incida en su realidad.

Siguiendo el ejemplo de la transición ecológica, puede surgir la idea de intervenir en el mismo barrio o población para diagnosticar los puntos críticos y proponer acciones de mejora, y después realizar campañas de sensibilización a la población o reuniones de negociación con cargos públicos para implementar medidas.

El despliegue de procedimientos y habilidades, con el apoyo de un saber documentado, es la consecuencia de este tipo de trabajos. Algo más complejo sí es, pero es que la sociedad ha entrado en otras dinámicas.

La evaluación

Con todo, el examen no queda enterrado, pero los sistemas de evaluación se adaptan, no solo a este enfoque, sino a una cosa más seria, como es la implantación de lo digital.

Por ejemplo, la herramienta ChapGPT de inteligencia artificial, con su capacidad para generar textos incluso de carácter poético o matemático, abre nuevos retos. Los ejercicios que se puedan pedir a los alumnos ya no serán repetitivos y deberán ser más creativos; se deberá incidir más en la memoria como herramienta personal que permite organizar el pensamiento, y se deberán proponer actividades alejadas de la reiteración de lo aprendido y que demuestren qué giro personal ha generado ese nuevo conocimiento adquirido en cada alumno.

Un reto más que una amenaza, que no mata aunque aprieta a docentes y familias.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.

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