Un Lucha Inquebrantable: La Española que Enfrenta a los Servicios Sociales en Noruega por su Hijo

La angustia se apodera de Ainhoa García Oyarzun, una madre española que vive en Bergen, Noruega. «Se han llevado a mi hijo», dice en un correo que pide ayuda. El 17 de junio, a las 5:45 de la tarde, agentes del Barnevernet, el servicio de protección infantil noruego, irrumpieron en su hogar y se llevaron a su hijo de 11 años. Esta dramática separación es el desenlace de una lucha de casi cinco años que Ainhoa describe como «una persecución» y «una película de terror». Su objetivo ahora es recuperar al niño y regresar a España, donde vive la abuela.

El Barnevernet, encargado de proteger el bienestar de los menores en Noruega, actúa con un enfoque que ha generado controversia. En el último año, se han iniciado casi 40,000 investigaciones por situaciones que podrían comprometer la salud y desarrollo de los niños. Lo que para algunos es un trabajo necesario y responsable, para otros, sobre todo familias extranjeras, se convierte en un proceso desmedido que separa a los niños de sus padres sin un contexto adecuado.

El caso de Ainhoa es solo uno entre muchas familias que sostienen que el Barnevernet ha actuado con excesivo celo. La mujer, de 51 años, llegó a Noruega en 2019 en busca de un futuro mejor. Sin embargo, su vida dio un giro dramático en cuanto su expareja, quien la maltrataba, mostró comportamientos violentos. Durante su estadía en un centro de crisis para mujeres en peligro, se inició una investigación por parte del Barnevernet que, tras recibir alertas sobre la situación de Ainhoa y su hijo, comenzó una serie de visitas y evaluaciones que se alargarían durante años.

La primera alerta provino del colegio, comunicando que ambos habían sido víctimas de violencia. Sin embargo, cada paso que dio Ainhoa, buscando ayuda, se convirtió en un punto en contra. Desde dilaciones en la atención médica de su hijo hasta críticas hacia el sistema noruego, la madre se vio atrapada en una maraña burocrática y cultural que le fue desbordando. “Vine aquí buscando ayuda, y me siento atrapada”, lamenta Ainhoa, evidenciando el choque cultural que caracteriza su experiencia.

El día de la separación, después de realizar unas compras, encontró a su hijo rodeado de agentes que le explicaban que sería mejor para él estar temporalmente con su padre, un hombre denunciado por violencia doméstica, o con una familia de acogida noruega. En un doloroso intercambio, su hijo expresó su angustia, sintiendo que cada acción de los agentes lo alejaba de su madre, mientras Ainhoa llegaba a casa y se enfrentaba a la escena desgarradora.

La situación ha generado eco en la comunidad internacional. Numerosas críticas y demandas han surgido, incluyendo 36 apelaciones ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos que cuestionan la actuación del Barnevernet. Observadores de la situación argumentan que la búsqueda insistente de estabilidad en el bienestar infantil ha dejado de lado el derecho de los padres a estar con sus hijos.

Ainhoa y su familia representan la complejidad del sistema noruego, donde los valores sobre la crianza y el bienestar pueden parecer desmesurados cuando se da el salto entre culturas. La percepción de que algunas decisiones del Barnevernet a menudo son agresivas ha desatado protestas en varios países, convirtiendo a las familias migrantes en el blanco de un aparato que funciona con reglas distintas.

“Es un laberinto del que no sé cómo salir”, confiesa Ainhoa, quien ahora vive a la espera de una resolución que le devuelva a su hijo. Su madre, la abuela del niño, también ha viajado a Noruega y comparte su indignación: «No se puede separar a un niño de su madre por un vaso sucio». Su voz resuena en un eco de impotencia y lucha, una entre muchas que intentan descifrar cómo navegar por un sistema que, aunque creado para proteger, ha derivado en angustia y separación para tantas familias.

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