Un cambio drástico en París: a los 66 años, su vida es un misterio para todos

A menudo nos preguntamos qué fue de aquellos torbellinos que sacudieron el cine español de los noventa, y el caso de Victoria Abril es quizás el más fascinante de todos por su drástica evolución geográfica y vital. Su mudanza a París no fue una huida, sino una conquista pausada que la ha llevado a ser más reconocida hoy por los vecinos del distrito VII que por los paseantes de la Gran Vía. Aquella joven que ataba a Antonio Banderas a una cama ha dado paso a una mujer madura, sofisticada y con una agenda cultural en Francia que envidiarían muchas estrellas de Hollywood, manteniendo un misterio que solo rompe cuando ella decide hablar.

Resulta curioso observar cómo la percepción pública sobre Victoria Abril ha mutado desde esa imagen de musa alocada hasta la de una matriarca del cine europeo con opiniones, a veces, demasiado afiladas para la corrección política actual. vive una etapa de libertad absoluta donde ya no busca la aprobación de nadie, ni siquiera de la industria que la vio nacer, permitiéndose el lujo de elegir proyectos por placer y no por necesidad. Lejos de retirarse a sus sesenta y tantos, su energía parece haberse canalizado hacia una excentricidad elegante y una franqueza que, aunque le ha costado algún disgusto, define su carácter indomable.

EL DOLOROSO ADIÓS AL UNIVERSO ALMODÓVAR

Para entender su presente hay que escarbar en la herida que supuso su distanciamiento del director manchego, una ruptura que Victoria Abril nunca ha escondido y que marcó un antes y un después en su carrera cinematográfica. Sintió que al cumplir los cuarenta años dejó de ser interesante para pedro, una confesión amarga que ha repetido en varias ocasiones y que revela la crueldad del paso del tiempo en el cine español. De ser la protagonista indiscutible de joyas como Átame o Tacones lejanos, pasó a un silencio telefónico que la empujó a buscar nuevos horizontes donde su talento no tuviera fecha de caducidad.

Esa sensación de orfandad artística fue el combustible necesario para que la actriz madrileña hiciera las maletas y demostrara que su carisma traspasaba fronteras y barreras lingüísticas. Transformó el rechazo en una oportunidad de oro para reinventarse fuera de España, logrando algo que muy pocas compañeras de generación consiguieron: ser profeta en tierra ajena, sin perder su esencia castiza. Aunque la relación con Almodóvar se ha enfriado hasta el punto de ser inexistente, esa etapa forjó el carácter de acero que hoy luce con orgullo por las calles parisinas.

LA REINA DE LA TELEVISIÓN FRANCESA

Lo que muchos en España desconocen es que Victoria Abril alcanzó un estatus de superestrella en el país vecino gracias a la serie Clem, donde durante años interpretó a una madre que enamoró a millones de espectadores galos. Se convirtió en un rostro imprescindible en los hogares franceses, logrando esa cercanía que la televisión otorga y que el cine de autor a veces niega, consolidándose como una figura mediática de primer nivel. Su acento, lejos de ser un hándicap, se transformó en un sello de identidad exótico que los franceses adoraron, permitiéndole trabajar con una continuidad envidiable.

Este éxito masivo en Francia le proporcionó la estabilidad económica y emocional necesaria para criar a sus hijos lejos del ruido mediático que a menudo rodea a la farándula española. Encontró en la industria gala el respeto profesional que sentía perder en su tierra natal, y eso la ancló definitivamente a una ciudad que la acogió con los brazos abiertos y sin los prejuicios del pasado. Mientras aquí la recordábamos por sus papeles de los noventa, allí Victoria Abril era la protagonista de la actualidad, renovando su público y demostrando una versatilidad que muchos directores españoles se perdieron.

POLÉMICAS QUE CRUZARON FRONTERAS

Sin embargo, la tranquilidad parisina no ha estado exenta de tormentas recientes, especialmente cuando su compañera de reparto Lucie Lucas lanzó duras acusaciones contra ella que dejaron en shock a los fans de ambas orillas. La actriz francesa la acusó de comportamientos tóxicos en los rodajes, unas declaraciones que surgieron al calor de un debate sobre agresiones sexuales en el cine y que empañaron temporalmente la imagen inmaculada de la española en Francia. Aunque Lucas matizó después sus palabras hablando de una «traición» más que de delitos graves, el titular ya había corrido como la pólvora, mostrando la cara más amarga de la fama.

A este episodio se sumaron sus controvertidas opiniones sobre las vacunas y la pandemia en unos premios Feroz, donde la antigua musa dejó claro que no tiene miedo a ir contracorriente, aunque eso le cueste el aplauso unánime. Su discurso negacionista provocó un aluvión de críticas feroces en redes sociales, recordándonos que el personaje público a veces devora a la actriz y que su rebeldía innata no siempre encaja bien en los tiempos modernos. Victoria Abril parece haber asumido que su libertad de expresión está por encima de su popularidad, pagando el precio de la incorrección política con una altivez digna de sus mejores personajes.

EL REFUGIO SECRETO DE SU VIDA PRIVADA

Detrás de los titulares y las alfombras rojas, existe una Victoria Abril madre y protectora que ha logrado la proeza de mantener a sus dos hijos, Martín y Félix, en un anonimato casi total durante tres décadas. Ambos vástagos han crecido ajenos al circo mediático gracias al celo de su madre, desarrollando carreras creativas y empresariales lejos de la sombra alargada de la fama materna, algo de lo que ella se siente profundamente orgullosa. Martín, por ejemplo, ha emprendido en el mundo de la moda sostenible con una marca vintage, demostrando que ha heredado la vena artística pero con un enfoque mucho más discreto.

Esta faceta familiar es la que realmente la ata a París, una ciudad que le ofrece el camuflaje perfecto para ser simplemente una madre y abuela potencial que va al mercado o pasea sin ser asaltada por las cámaras. Valora por encima de todo la capacidad de ser invisible en su vida cotidiana, un lujo que en Madrid le sería imposible disfrutar y que justifica su reticencia a volver a instalarse definitivamente en España. Para la protagonista de Amantes, el verdadero éxito no son los premios Goya o César, sino haber construido un hogar impermeable a las presiones externas.

UNA IMAGEN QUE DESAFÍA AL TIEMPO

Si algo define a la Victoria Abril actual es su estética, una mezcla fascinante de elegancia francesa y ese toque «punk» que nunca la ha abandonado, con peinados imposibles y estilismos que solo ella puede defender. Se niega a ser la típica señora de su edad que se esconde en colores neutros, utilizando la moda como una herramienta de expresión y, quizás, como una armadura frente a un mundo que juzga severamente el envejecimiento femenino. Sus apariciones públicas son siempre una performance visual, donde cada prenda parece elegida para gritar que sigue aquí, viva, vibrante y sin intención de pasar desapercibida.

A sus sesenta y tantos años, la actriz ha optado por un envejecimiento que, si bien se apoya en la estética, reivindica la energía vital por encima de la perfección quirúrgica que obsesiona a otras compañeras. Prefiere mostrarse excéntrica y vitalista antes que operada y sin expresión, una decisión que encaja con su filosofía de vida actual: disfrutar del momento sin rendir cuentas a los cánones de belleza imposibles. Al final, Victoria Abril ha logrado lo más difícil: que al mirarla hoy, veamos a una mujer libre que ha vivido mil vidas en una, y que no tiene intención de pedir perdón por ninguna de ellas.

EL LEGADO DE UNA SUPERVIVIENTE

Mirando hacia atrás, la trayectoria de esta madrileña universal es un manual de supervivencia en una industria que suele triturar a sus juguetes rotos, pero ella supo recomponerse y brillar con luz propia en otro idioma. HA demostrado que el talento es el único pasaporte que no caduca nunca, y aunque las nuevas generaciones quizás no la ubiquen en el mapa de la Movida, su huella en el cine europeo es imborrable. Hoy vive tranquila, alternando el teatro en España con su rutina parisina, habiendo hecho las paces con ese pasado glorioso pero turbulento.

Quizás el mayor misterio no sea cómo ha cambiado tanto, sino cómo ha conseguido seguir siendo ella misma en un entorno tan cambiante, manteniendo esa esencia rebelde que enamoró a una cámara por primera vez hace cuarenta años. Sigue siendo esa fuerza de la naturaleza que no se deja domesticar por nadie, y esa autenticidad es, en última instancia, lo que la convierte en una figura irrepetible de nuestra cultura. Victoria sigue siendo Victoria, solo que ahora juega, vive y gana bajo sus propias reglas y en su propio territorio.

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