En un escenario geopolítico donde las alianzas son cambiantes, Siria se encuentra en un punto de inflexión. Actualmente, el país está en la lista negra de Estados Unidos como patrocinador del terrorismo, junto a Corea del Norte, Irán y Cuba. Las consecuencias de esta catalogación son severas, ya que implica sanciones económicas que impactan directamente en la vida diaria de sus ciudadanos. Sin embargo, el presidente sirio de facto, Ahmed al-Sharaa, está intentando cambiar esta narrativa al buscar una «rehabilitación» ante Washington, lo que podría lograr al integrarse a la coalición internacional contra el Estado Islámico.
Este movimiento representa un cambio significativo, considerando que al-Sharaa, anteriormente conocido como Mohamed al-Golani, fue un líder vinculado a grupos terroristas que Estados Unidos perseguía activamente. La reciente aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU para levantar sanciones contra él y su gobierno marca un giro inesperado en las relaciones, mostrando un interés renovado de EE. UU. por establecer lazos que, hasta hace poco, parecían impensables. Al-Sharaa ha estado trabajando para cambiar la percepción internacional de Siria, presentando un fachada de apertura y unidad en un país desgarrado por la guerra civil.
Sin embargo, la ambición de al-Sharaa por transformar Siria en un «nuevo aliado» de Estados Unidos enfrenta numerosos desafíos. Aún persisten las estructuras corruptas y la fragmentación social, con múltiples grupos armados aún activos. A pesar de las promesas de reforma y estabilidad, la realidad es que Siria sigue siendo un mosaico inestable, donde las viejas relaciones de poder y las rivalidades son difíciles de disolver. La dirección que tome al-Sharaa determinará si realmente se concreta un «renacimiento» o si el país queda atrapado en sus contradicciones.
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