En Damasco, las calles son ahora un tapiz de celebración y una mezcla de esperanza y profunda incertidumbre. Una semana después de un sorprendente cambio de poder, con la caída del régimen de Bashar al Asad a manos de una coalición islamista encabezada por Hayat Tahrir al-Sham (HTS), Siria se encuentra en un momento de redefinición histórica. Las banderas de la Siria libre, que simbolizan una era de represión finalmente superada, decoran ahora el paisaje de un país anhelante de libertad.
En la emblemática mezquita de los Omeyas en Damasco, el ambiente es festivo pero también reflexivo. La congregación del primer rezo del viernes post-caída del régimen se convirtió en una demostración de la unión y el anhelo de paz del pueblo sirio. Esta nueva etapa, sin embargo, abre un abismo de incertidumbre política y el temor a una escalada en los conflictos internos y externos.
A pesar de los avances hacia la estabilización provisional mencionados por el enviado especial de la ONU para Siria, Geir Pedersen, la situación sigue siendo extremadamente frágil. La tensión en la región autónoma del norte y este del Kurdistán, bajo control de las milicias kurdas, añade una capa de complejidad a las ya intrincadas relaciones geopolíticas del país.
Las milicias kurdas, protagonistas en la resistencia contra el avance del Daesh y hoy consideradas terroristas por Turquía, enfrentan un futuro incierto. Los recientes ataques en el cantón de Afrín y otras ciudades kurdas por fuerzas árabes suníes, respaldadas por Turquía, reflejan la volatilidad de la situación. Si bien un alto el fuego mediado por Estados Unidos ofrece algún respiro, la amenaza del resurgimiento del Daesh en medio del vacío de poder es una realidad palpable.
El general Abdi Mazloum de las Fuerzas Democráticas Sirias advierte sobre una creciente actividad del Daesh, marcando el comienzo de lo que podría ser una larga lucha contra el terrorismo y la inestabilidad. La programada retirada de tropas estadounidenses, bajo la administración de Donald Trump, ha suscitado temores de una posible «traición» similar a la vivida en 2019, dejando a las milicias kurdas en una posición vulnerable.
Simultáneamente, Israel ha intensificado sus operaciones militares en Siria, justificando sus acciones como medidas defensivas. Con más de 480 ataques reportados, la región presencia una escalada en las hostilidades que solo sirve para complicar aún más el panorama.
En este contexto de múltiples frentes abiertos y alianzas cambiantes, la promesa de un nuevo amanecer en Siria se ve opacada por la densa sombra del conflicto y la desconfianza. La ruta hacia una paz duradera y la reconstrucción de un país tan devastado por la guerra se anuncia como un desafío monumental, lleno de obstáculos y dilemas éticos.
La voz del nuevo primer ministro, Mohamed Al Bashir, sugiere un anhelo de unidad y reconciliación, elementos esenciales para la construcción de esta nueva Siria. Sin embargo, la eventual integración del Kurdistán en el nuevo orden político y la influencia de las potencias extranjeras en el proceso, siguen siendo interrogantes abiertos en esta compleja ecuación.
Mientras tanto, el pueblo sirio continúa su lucha, no solo por la supervivencia sino por la libertad, en el anhelo de cerrar finalmente un largo capítulo de violencia y opresión. La nueva Siria, con todas sus contradicciones y desafíos, está aún por definirse.