En su reciente discurso ante el Parlamento israelí, Donald Trump se presentó como el salvador de Oriente Medio, proclamando que había puesto fin a una guerra en Gaza que parecía eterna. Sus palabras resonaron con un tono casi poético, afirmando que después de milenios de conflicto, «las armas están calladas» y «el cielo está en calma». Sin embargo, su euforia se vio matizada por la realidad del conflicto en Ucrania, donde tanto Trump como los líderes de Kiev buscan desesperadamente una salida que favorezca sus intereses.
Con una estrategia similar a la que utilizó para persuadir a Benjamín Netanyahu, Trump ha intensificado sus esfuerzos por reunir a Vladímir Putin en la mesa de negociación. Mientras se planifica un encuentro en Budapest, Ucrania ha modificado su enfoque, buscando obtener ventajas en medio de la presión diplomática y militar. La entrega de misiles Tomahawk por parte de Estados Unidos se ha convertido en un tema candente en las conversaciones, con Ucrania consciente de que su futuro está en juego.
Aun así, las aspiraciones de paz son complicadas, no solo por la resistencia rusa, sino también por la necesidad de involucrar a Europa en el proceso. Los ucranianos, agotados tras años de conflicto, son conscientes de sus limitaciones, pero siguen luchando con la esperanza de que cualquier ventana de oportunidad abierta por Trump pueda traducirse en un cambio real. Sin embargo, dado el carácter impredecible del ex presidente y la complejidad de la situación, el camino hacia un acuerdo sostenible parece estar lleno de desafíos.
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