Artículo de opinión por Fernando Redondo Benito
El 7 de octubre, Jornada Mundial por el Trabajo Decente, debería ser un día de orgullo. Sin embargo, nos encontramos ante una realidad devastadora: el trabajo ha dejado de ser un espacio de realización personal y dignidad para convertirse en un campo de explotación, inseguridad y desesperanza. En pleno siglo XXI, el trabajo sigue siendo indecente para millones. Y esto no es solo un problema económico; es un fracaso moral y social que define el verdadero rostro de nuestra sociedad.
En España, las cifras son alarmantes: 762 personas fallecieron en accidentes laborales en 2023, y 2,5 millones de trabajadoras viven en la pobreza, pese a tener un empleo. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Porque hemos permitido que el capital se imponga sobre la dignidad humana, que el trabajo se reduzca a números y productividad, mientras las personas quedan en segundo plano. ¿Cuántos contratos temporales más, cuántos despidos improcedentes y cuántos salarios de miseria necesitamos para entender que este sistema está roto?
Hemos aceptado como «normal» que el 16,5% de los contratos sean temporales, que el poder adquisitivo haya caído casi un 10% en los últimos 15 años y que la economía sumergida siga beneficiando a quienes explotan la precariedad de los demás. ¿Hasta cuándo vamos a tolerar esta injusticia estructural?
Este no es solo un debate sobre economía, es una crisis de derechos humanos. El trabajo no puede ser un simple medio de supervivencia, debe ser una vía para alcanzar una vida digna. Sin embargo, hoy millones de personas están atrapadas en empleos que las desgarran física y mentalmente, que las condenan a una precariedad permanente. Y, mientras tanto, muchos miran hacia otro lado.
No se trata de ideologías partidistas de diferentes opciones políticas. Se trata de una cuestión básica: la dignidad humana debe ser el eje de toda decisión económica y política. Mientras esto no ocurra, mientras se siga sacrificando a las personas en nombre del beneficio, estaremos construyendo una sociedad fallida y deshumanizada.
Para restaurar la dignidad en el trabajo, la primera medida esencial es la creación de una legislación que garantice estabilidad laboral y salarios justos. No puede haber dignidad en un trabajo que no ofrezca seguridad ni en el corto ni en el largo plazo. Los contratos temporales deben ser limitados estrictamente, y los salarios tienen que ser suficientes para asegurar una vida digna. Continuar permitiendo la precariedad como norma es perpetuar la explotación.
También es urgente la reducción de la jornada laboral sin pérdida salarial. Las jornadas extenuantes no solo comprometen la calidad de vida de las personas trabajadoras, sino que también agravan problemas de salud y aumentan los conflictos familiares. Es tiempo de reconocer que la vida no puede girar exclusivamente en torno al trabajo. Con una jornada laboral más corta, será posible conciliar el empleo con la vida personal, mejorando el bienestar general.
Un tema inaplazable es la regularización de las personas migrantes. Más de 475.000 personas están trabajando en la ilegalidad, sin derechos ni protección, lo que las convierte en víctimas fáciles de explotación. Regularizar su situación es una cuestión de justicia básica. No se puede construir una sociedad digna mientras cientos de miles de personas permanecen atrapadas en un sistema que las margina y las utiliza.
Además, es imprescindible asegurar que las condiciones laborales sean seguras y respetuosas. La siniestralidad laboral en España es una vergüenza. Cada año, centenares de personas pierden la vida o sufren daños irreparables mientras intentan ganarse el sustento. Necesitamos políticas de prevención efectivas y sanciones firmes para las empresas que no cumplan con los estándares de seguridad. La vida y la salud de las personas no pueden seguir siendo tratadas como mercancía.
Finalmente, el trabajo del futuro debe ser respetuoso con el medioambiente. La sostenibilidad no es una opción, es una necesidad. Promover una economía verde, que genere empleos que no dañen el planeta, es fundamental para garantizar un futuro habitable para las próximas generaciones. El trabajo debe alinearse con la ecología integral, porque no solo nos jugamos el presente, sino también el porvenir de todos.
Hemos permitido que el trabajo se convierta en una fuente de angustia para demasiadas personas. La realidad laboral actual mina la salud física y emocional de millones, destruye sus proyectos vitales y perpetúa un ciclo de injusticia. Y no, no podemos seguir mirando hacia otro lado. Mientras permitamos que el sistema actual siga devorando la dignidad de las personas, estaremos fallando como sociedad.
El trabajo decente no es un lujo ni una aspiración lejana: es un derecho fundamental. Y hasta que no lo reconozcamos y lo defendamos como tal, la verdadera justicia social será solo una utopía. Es hora de actuar. Es hora de exigir un sistema que ponga a las personas, y su dignidad, en el centro de todas las decisiones. Cualquier otra opción es una traición a lo más básico de nuestra humanidad. No más excusas.