Un nuevo terremoto de magnitud 5,6 sacudió el este de Afganistán, intensificando el dolor en una región aún repleta de escombros tras el devastador seísmo del domingo pasado, que dejó más de 2.205 muertos y 3.640 heridos. El temblor, registrado a 10 kilómetros de profundidad, tuvo su epicentro a 36 kilómetros al suroeste de Asadabad, la capital de Kunar, la provincia más afectada. La incertidumbre reina entre los habitantes, quienes enfrentan un continuo riesgo sísmico y un panorama devastador.
Las labores de rescate han continuado, aunque la posibilidad de encontrar sobrevivientes se desvanece rápidamente con el paso de los días. Mientras los talibanes han declarado los trágicos datos de víctimas del primer seísmo, la respuesta humanitaria ha cobrado protagonismo. Organizaciones no gubernamentales y agencias internacionales se han movilizado para llevar ayuda a las zonas más afectadas, enfrentando complicaciones derivadas del estado de las carreteras, que han quedado intransitables debido a los temblores sucesivos.
El Gobierno talibán, aún equilibrando su capacidad operativa bajo condiciones adversas, ha desplegado a sus soldados en la región. Sin embargo, el vacío dejado por la partida de técnicos y personal de emergencias desde 2021 ha llevado a la sociedad civil a autoorganizarse, con voluntarios emprendedores en una ardua travesía para llegar a las zonas más críticas. En medio del caos, la resiliencia de la comunidad afganistana se manifiesta, enfrentando la tragedia con un espíritu de solidaridad y esperanza.
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