Carlos Alcaraz, con solo 22 años, sigue escribiendo historia en el tenis. Tras conquistar su sexto Grand Slam en el US Open, el murciano se posiciona frente a leyendas como Nadal, Federer y Djokovic
El US Open volvió a rendirse ante un murciano de apenas 22 años que juega como si hubiera nacido con la raqueta incrustada en la mano. Carlos Alcaraz levantó su sexto Grand Slam tras derrotar al número uno del mundo, Jannik Sinner, con un marcador que sonó a veredicto: 6-2, 3-6, 6-1 y 6-4. La victoria no fue solo un triunfo deportivo, fue una declaración de poder. El joven que alguna vez fue “la promesa” ya es el verdugo de los que dominaban el escenario. Nueva York lo coronó, y el resto del planeta tenis entendió que el Olimpo se quedó pequeño para su ambición.
El italiano, que venía con la autoridad de sus títulos recientes, se encontró con un Alcaraz desatado, capaz de pasar del martillo a la filigrana en cuestión de segundos. Sinner admitió con franqueza que “deberá subir el nivel” para alcanzarlo, como si reconociera que jugó en una liga distinta. Ver a Alcaraz en Flushing Meadows fue presenciar un espectáculo tan medido como salvaje, la precisión de un cirujano con el desenfreno de un guitarrista de rock.
Comparaciones inevitables: Nadal, Federer, Djokovic ¿y ahora Alcaraz?
Los números son tozudos, casi crueles en su frialdad, pero en el caso del murciano resultan poesía pura: seis Grand Slams a los 22 años, repartidos en todas las superficies. Nadal, Djokovic y Federer tardaron más en conseguirlo, y algunos necesitaron varias vidas tenísticas para lograrlo. La antítesis es evidente: mientras las leyendas construían sus imperios con paciencia de relojero, Alcaraz parece levantar los suyos a la velocidad de un rayo.
El dato más elocuente lo ofrece la comparación con Björn Borg, quien solo necesitó menos torneos (18) para llegar a los seis majors, mientras que Carlos lo hizo en 19. Pero aquí no hablamos de un imitador; Alcaraz mezcla la brutalidad de una derecha que suena a cañón con la delicadeza de un drop shot que parece sacado de un salón de baile. Como si un gladiador decidiera, en pleno combate, detenerse a componer un haiku.
El futuro como promesa y amenaza
Nueva York dejó también un mensaje táctico: el saque de Alcaraz ya no es un arma secundaria, es un misil intercontinental. Su velocidad media aumentó, superó la barrera de los 130 mph y convirtió su primer servicio en un salvavidas casi infalible. De hecho, solo cedió un set en todo el torneo y enfrentó apenas diez pelotas de quiebre, estadísticas que parecen escritas para otro siglo.
Pero lo inquietante no es lo que ya consiguió, sino lo que todavía anuncia. “El mejor Carlos aún no ha salido”, dijo tras alzar el trofeo, como quien promete tormentas después de un relámpago. Si pule sus errores no forzados y sigue afinando su saque, podríamos estar ante el jugador que no solo comparta mesa con Nadal, Federer y Djokovic, sino que termine levantando la suya propia, más alta, más definitiva. Y quizás, entonces, la ironía histórica sea esta: que las leyendas que parecían eternas acaben siendo prólogo de un chico que aún habla en futuro.