En una cumbre inesperada en la Casa Blanca, algunos de los hombres más poderosos del sector tecnológico, como Bill Gates y Mark Zuckerberg, reconocieron la autoridad de Donald Trump, un presidente cuyo perfil millonario había sido, hasta hace poco, relativamente menor en el contexto empresarial. La reverencia de estos líderes hacia Trump pone de relieve cómo el poder político sigue moldeando la dinámica del poder económico, a pesar de las teorías que sostienen que las élites financieras dictan la agenda política. Este escenario contrasta con otros, como el de Rusia, donde oligarcas que alguna vez disfrutaron de una influencia considerable han caído en desgracia a manos de un Putin implacable.
En China, las promesas de un capitalismo que pondrían fin a la dictadura del Partido Comunista han resultado ser ilusorias, ya que Xi Jinping ha instaurado un régimen en el que la lealtad se ha vuelto la moneda de cambio, eliminando a quienes se atreven a cuestionar su autoridad. La represión ha llevado a la desaparición o ejecución de multimillonarios y funcionarios, dejando claro que el poder político se impone sobre el económico. La historia de estos tres gigantes mundiales demuestra que, aunque los ricos pueden ser influentes, el control último lo ejercen aquellos en el poder político.
Esta concentración de poder revela una narrativa inquietante sobre la fragilidad de las élites económicas en comparación con los líderes políticos autoritarios. A medida que líderes como Trump, Putin y Xi solidifican su control, los multimillonarios deben navegar con cautela, equilibrando sus intereses con la necesidad de mantener la lealtad a un régimen que no tolera disidencias. En este juego de poder, la lección parece ser clara: el que detenta la autoridad política puede, en última instancia, desmantelar las fortunas de aquellos que creen estar en la cima.
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