A primera hora del 24 de febrero, el presidente ruso, Vladimir Putin, anunció el envío de tropas rusas a las regiones de Donetsk y Lugansk, en Ucrania. Esta decisión se tomó dos días después de que la Federación Rusa reconociera oficialmente como estados independientes a estas repúblicas autoproclamadas en 2014.

Mientras que los medios de comunicación occidentales y ucranianos hacen hincapié en la posibilidad de que estalle la Tercera Guerra Mundial y predicen una catástrofe humanitaria, la prensa rusa no se muestra menos emocional e informa con orgullo sobre sus rápidos avances en el territorio ucraniano. De hecho, ha llegado ya a Kiev. Las tropas rusas apenas han encontrado resistencia ni en la parte oriental de Ucrania ni en la central.

Debido a la carga afectiva de estas publicaciones resulta prácticamente imposible entender qué está pasando exactamente y cuáles pueden ser las consecuencias. Para comprender mejor las razones subyacentes a estos trágicos acontecimientos, debemos volver a la historia de las relaciones entre ambos países y observar la composición étnica y religiosa del Estado ucraniano. Por cuestiones de brevedad, mencionaré esquemáticamente algunos hitos destacados.

Kiev, la madre de las ciudades rusas

Para los eslavos orientales, que constan de varias ramas, Kiev se asocia históricamente con la imagen de la Madre Rusia. Esta expresión se menciona por primera vez en La primera crónica eslava, recopilada supuestamente en 1113 por Néstor, un monje de Kiev.

A este respecto, es importante mencionar que esta capital se percibe tradicionalmente en la cultura rusa como una especie de centro espiritual. El príncipe Vladimiro, quien en el año 989 eligió la rama ortodoxa del cristianismo y tomó la histórica decisión de bautizar a sus súbditos, también era de Kiev.

La ciudad continuó siendo el centro de las tierras rusas hasta el siglo XII, cuando comenzó a dividirse en varios estados independientes.

Bogdan Khmelnitsky: la incorporación a Rusia

A principios del siglo XVII, la población ortodoxa de Ucrania, entonces Hermanato cosaco (actual centro de Ucrania), sufría una opresión continua por parte de la Commonwealth católica polaco-lituana y la Turquía musulmana. Bogdan Khmelnitsky intentó establecer alianzas con varios gobernantes europeos, pero se dio cuenta de que la única salida era formar parte del Estado ruso.

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Carta del hetman Bohdán Jmelnitski al zar Alejo I con la solicitud de anexión al Zarato ruso.
Shakko / Wikipedia, CC BY-SA

La firma del acuerdo en 1654, el Tratado de Pereyaslav, fue iniciativa de la parte ucraniana.

Obviamente, la incorporación a Rusia trajo una considerable influencia cultural. El idioma ruso se extendió y Moscú y, posteriormente, San Petersburgo, se convirtieron en centros de atracción para muchos ucranianos con talento. No es coincidencia que varios escritores ucranianos de fama mundial, como Nikolái Gógol, Tarás Shevchenko y Vladímir Korolenko, vivieran parte de su vida en Rusia y escribieran en la lengua de este país.

La Unión Soviética

Ucrania pasó a formar parte del joven Estado prácticamente desde el principio y fue uno de los fundadores de la Unión Soviética. Durante la época soviética, Ucrania adquirió la configuración geográfica actual.

Al final de esta etapa, Ucrania constituía una entidad multicultural y multiétnica compleja. Por un lado, el este y algunas áreas del centro eran predominantemente de habla rusa. Mientras, el oeste era muy irregular: población de habla ucraniana en Galicia oriental (antigua Polonia, cedida a la República Socialista Soviética, RSS, de Ucrania en 1939), de habla húngara (región de Zakarpattia, cedida a la RSS de Ucrania en 1945), de habla rumana (región de Zakarpattia, cedida a la URSS en 1945 y Bucovina, cedida a la RSS de Ucrania en 1940), así como rusinos, judíos, etc.

En 1954, Nikita Khrushchev, entonces primer secretario del Partido Comunista de la URSS, transfirió la península de Crimea de la Federación Rusa a la RSS de Ucrania a través de un decreto especial.

Otra faceta de esta diversidad étnica es la diversidad religiosa. El este y el centro de Ucrania son predominantemente ortodoxos y en la parte occidental hay ortodoxos, católicos, católicos griegos…

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Nikita Khrushchev, en el vigésimo Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en el Kremlin (1956).
Wikimedia Commons, CC BY-SA

La independencia de Ucrania

Esta irregular composición geopolítica explica las tendencias generales del Estado ucraniano postsoviético.

Lamentablemente, ninguno de los líderes ucranianos –ya sean el proestadounidense Victor Yushenko, el prorruso Vitor Yanukovich, el proeuropeo Piotr Poroschenko o el actual Vladimir Zelenovsky– ha sido capaz de diseñar una estrategia exitosa que reúna a ciudadanos tan diversos.

Estas diferencias y desacuerdos se han multiplicado: la Ucrania de habla rusa comenzó a sentirse decepcionada por la política de ucranización y se inclinó hacia Rusia, mientras los de habla ucraniana en el oeste, en particular, los húngaros y los rumanos (alrededor de 150 000 en cada grupo), compartían sentimientos similares y formaron alianzas con sus respectivos países de origen.

Entre los eventos más destacados que muestran la gran división se encuentra el reciente conflicto en torno al papel de Moscú y el Patriarcado de Moscú en Ucrania. En los últimos años, muchos rusos y ucranianos han sentido que la fe ortodoxa es la única conexión que queda entre estos dos países y que es el motivo por el que mantienen la cordialidad.

No obstante, en 2019, el Patriarca Ecuménico de Constantinopla otorgó a la Iglesia ortodoxa de Ucrania el tomos, es decir, el derecho a la plena autonomía del Patriarcado de Moscú en materia religiosa. Este hecho avivó la discordia: mientras que algunas iglesias ortodoxas de Ucrania se unieron a la Iglesia ortodoxa ucraniana, otras se negaron y permanecieron en el Patriarcado de Moscú.

Y ahora, ¿qué?

Es muy posible que Ucrania continúe desintegrándose. El escenario más probable es que la parte de habla ucraniana se incline aún más hacia Polonia y los de Zakarpattie busquen acercarse respectivamente a Hungría y Rumanía. Por otro lado, la crisis política de las élites ucranianas conducirá a un relevo en el poder, que nos da esperanza de iniciar un diálogo tan necesario desde hace tiempo.

Sarali Gintsburg no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.

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