El largo y sinuoso camino de Friedrich Merz hacia la cancillería alemana encapsula una narrativa que abarca tanto el ayer como el hoy de la República Federal de Alemania. Formado bajo el ala de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Helmut Kohl, en una época caracterizada por su ferviente proeuropeísmo y prooccidentalismo durante los años 90, Merz ha navegado a través de las turbulentas aguas de la política alemana, emergiendo como colíder del grupo parlamentario del Bundestag en el 2000, solo para ser más tarde apartado por Angela Merkel. Aun así, su conservadurismo franco resonó con un sector del electorado, reflejando la complejidad de la Alemania de mediados de los años 2020, un periodo marcado por la duda y la introspección.
Con la CDU cosechando un respaldo del 30% al 34% en las encuestas previas a las elecciones federales del 23 de febrero, la posibilidad de una victoria de Merz, pese a sus relativos pocos años de experiencia, parece no sólo posible, sino también coherente con el zeitgeist alemán. El ascenso de Merz a la cancillería podría significar un giro decisivo para Alemania, tanto en el ámbito interno como en su papel en la escena internacional, prometiendo una era de liderazgo más afirmativo en comparación con los años recientes.
Bajo la ahora disuelta coalición «semáforo», que incluía a los socialdemócratas (SPD) de Olaf Scholz, los Verdes de centroizquierda y los liberales de derecha del FDP, Alemania se encontraba en un estado de contradicción, con políticas que entremezclaban y atenuaban sus intereses nacionales con los europeos. Esta ambigüedad se reflejaba en Bruselas, donde Alemania actuaba como un jugador impredecible, posponiendo sanciones contra Rusia, rechazando propuestas clave para la competitividad de la Unión Europea y oponiéndose a medidas contra la expansión de los vehículos eléctricos chinos en el mercado europeo. Dentro de este contexto, las relaciones con París y Varsovia se han visto particularmente afectadas.
Merz, sin embargo, ofrece una visión de la política exterior construida sobre tres pilares principales: un compromiso con una Europa más integrada, un atlantismo liberal de mercado y un cierto grado de «Alemania primero». Su perspectiva europea, formada en la era de Kohl, impulsa la idea de una unión más profunda, reflejada en su apoyo a un ejército europeo y una política económica integrada. A la vez, Merz mantiene un lazo personal con Estados Unidos y el mundo angloparlante, favoreciendo una relación transatlántica basada en la responsabilidad compartida en lugar de la dependencia.
Pese a estas ambiciones, la doctrina de Merz se enfrenta a tensiones inherentes, particularmente entre su visión de una Europa unida y el pragmatismo de su política nacional. Merz ha sido cuestionado por sus comentarios sobre los refugiados ucranianos y su tardía respuesta a los controles fronterizos, indicando una postura defensiva en cuanto al interés nacional alemán. Además, su negativa a adoptar medidas financieras conjuntas europeas sugiere una continuidad más que un cambio respecto a las políticas de la coalición semáforo.
Los resultados de las elecciones federales y la formación de una nueva coalición serán decisivos para el futuro de Alemania. La posibilidad de una alianza entre la CDU/CSU y partidos como el SPD y los Verdes pondrá a prueba la habilidad de Merz para navegar las complejidades internas y externas de la política alemana.
El desafío más apremiante será alejar a Alemania de su antiguo modelo económico, basado en la exportación y en energía barata de Rusia, hacia una estrategia que realce su soberanía y liderazgo dentro de Europa. La era de Merz, si llegase a concretarse, estará marcada por cómo estos dilemas son abordados y si es capaz de armonizar las tensiones entre sus principios europeístas, su atlantismo y la política de «Alemania primero».