A mediados de septiembre, RTVE realizó un anuncio que sorprendió a muchos: si la Unión Europea de Radiodifusión (UER) no expulsaba a Israel del Festival de Eurovisión, España se retiraría del certamen. Esta declaración marcó un punto de inflexión que no solo pone de manifiesto la creciente tensión entre cultura y política, sino que también refleja una postura contundente en un mundo donde los conflictos geopolíticos a menudo se entrelazan con eventos culturales como Eurovisión.
La decisión de la UER de ratificar la participación de Israel en el festival de 2026, a pesar de las presiones externas que buscaban su exclusión debido a la situación en Gaza, llevó a RTVE a cumplir su ultimátum. España, que había sido un participante ininterrumpido del festival desde 1961, anunció que no solo se retiraría del concurso, sino que tampoco lo emitiría. Este movimiento provocó reacciones enérgicas dentro de la comunidad eurovisiva y más allá. El presidente de RTVE, José Pablo López, se mostró claro al afirmar que este evento ya no se trataba de un simple concurso de canciones, sino que estaba dominado por intereses geopolíticos.
La historia de Eurovisión no solo está marcada por melodías y actuaciones, sino también por las implicaciones que estas decisiones acarrean. La ausencia de España en la próxima edición del festival no es trivial; como miembro del “Big Five”, España aporta una significativa cuota de audiencia y financiación. La falta de su participación se siente como un golpe directo a la credibilidad económica del certamen, un sentimiento que ha sido respaldado por expertos de la industria.
Sin embargo, la cuestión va más allá de los números. La situación ha dejado al descubierto una «mancha reputacional» que amenaza la integridad del festival. La discusión gira en torno a cómo Eurovisión, que alguna vez fue un símbolo de unidad y celebración cultural, se está viendo erosionado por intereses que priman más lo político que lo musical.
El tema es complejo y, para algunos críticos, la reticencia de la UER a actuar frente a Israel se enmarca en cuestiones de patrocinio y financiación, lo que ha llevado a un consenso entre expertos: Eurovisión necesita reevaluar sus políticas si quiere mantenerse relevante y respetado.
La decisión de RTVE llega en un momento en que el mundo se enfrenta a crisis humanitarias que parecen reclamar la atención de eventos que, a lo largo de los años, han promovido la paz y la unión a través de la música. Esta baja en Eurovisión se suma a la de otros países como Países Bajos, Irlanda y Eslovenia, lo que refuerza la imagen de un festival fracturado.
Y mientras un público eurofan se siente huérfano tras esta decisión, el Benidorm Fest se perfila como una alternativa emergente, un refugio para los amantes de la música que no quieren renunciar a la celebración cultural que Eurovisión representaba. RTVE ha dejado claro su compromiso con este festival nacional, que podría convertirse en un espacio único para mostrar el talento español sin las sombras de la política internacional.
Con el futuro de Eurovisión en entredicho y un movimiento de eurofans que no se detendrá ante un simple desencanto, el desafío ahora es cómo reconciliar la música con su entorno político, evitando que la cultura sea una víctima de las tensiones geopolíticas. En esta nueva era, el Benidorm Fest podría no solo llenar el vacío dejado por España en Eurovisión, sino también redefinir lo que significa ser un festival musical en tiempos de conflicto.














