En un nuevo giro de los acontecimientos que rodean a la última edición de «Supervivientes», Kiko Matamoros ha revelado recientemente durante su aparición en el programa «Ni que fuéramos» que la edición del reality show pudo haber estado manipulada. La peluquera Lorena Morlote fue quien le confió que desde la dirección del programa se les instó a ella, a Kiko Jiménez y a Laura Matamoros a confrontar a Rocío Madrid para alimentar el conflicto dentro del concurso.
Rocío Madrid, quien ya había denunciado ser víctima de acoso por parte de sus compañeros mientras estuvo en el programa, se ha expresado a través de su perfil de Instagram. La actriz recaló en la gravedad de la situación, reflexionando sobre la diferencia entre los conceptos de «bullying» y «mobbing». A pesar de que sus declaraciones generaron controversia en su momento, con la presentadora Sandra Barneda objetando sus acusaciones, la confesión de Morlote parece darle la razón a Madrid.
Profundizando en su descontento con la experiencia vivida en «Supervivientes», Rocío Madrid ha criticado duramente la dirección que el programa tomó con ella. Afirma haber sido empujada fuera del concurso por negarse a seguir las manipulaciones de la producción, enfatizando que «no hay dinero en el mundo que justifique semejante daño» y condenando tanto a los directores como a aquellos participantes que accedieron a participar en el ataque coordinado contra ella.
Desde su salida del reality, Madrid ha expresado su arrepentimiento por haber participado, lamentando que la experiencia no cumplió con lo prometido y exponiendo cómo el deseo de crear contenido dramático para el show puede cruzar límites éticos y afectar la salud emocional de los participantes.
Este escándalo se suma a una larga lista de polémicas relacionadas con «Supervivientes» y otros programas de telerrealidad, donde el debate sobre los límites del entretenimiento y la ética periodística y de producción sigue vigente. La denuncia de Madrid, respaldada por la confesión de Morlote, vuelve a poner en el punto de mira la responsabilidad de los programas de televisión en el trato y bienestar de sus participantes, cuestionando hasta qué punto la búsqueda de audiencia puede justificar ciertas prácticas cuestionables.
