En una revelación que pinta un cuadro vívido del enfoque de Donald Trump hacia la defensa aliada, un episodio en 2018 durante la inauguración de la suntuosa nueva sede del cuartel general de la OTAN en Bruselas ha salido a la luz. Con un costo que ascendió a más de 1.000 millones de dólares, Trump, intrigado por los gastos en defensa y alianzas, cuestionó inmediatamente su contribución financiera, subrayando su enfoque mercantil y la preocupación por la carga económica de Estados Unidos en la alianza transatlántica.
La situación geopolítica en Europa se ha vuelto cada vez más compleja, especialmente con el inicio del cuarto año de la guerra en Ucrania este 24 de febrero. Dicha guerra, que comenzó su gestación en 2014, parece encaminarse a un final que evoca el sombrío reparto de Polonia entre Hitler y Stalin. Esta comparación histórica no solo resalta la gravedad del conflicto actual sino también el fracaso colectivo en prevenir o detener la invasión a tiempo.
Desde la asunción del nuevo presidente de Estados Unidos, la política exterior se ha inclinado más hacia un enfoque mercantilista, dejando a un lado las preocupaciones geopolíticas tradicionales. Este cambio ha tenido un impacto significativo en la defensa de Europa, que históricamente ha contado con la OTAN como un pilar de seguridad. Ahora, con este cambio de dirección en Washington, la Unión Europea busca activamente una «autonomía estratégica» como se detalla en el documento del Consejo aprobado en 2022, «Brújula Estratégica para la seguridad y la defensa», que establece ambiciosos objetivos para una defensa europea más autónoma.
Entre las iniciativas claves aprobadas recientemente se encuentra la «Capacidad de Despliegue Rápido de la UE», un esfuerzo por parte del Parlamento Europeo para concretar las aspiraciones de autonomía estratégica de Europa. Este esfuerzo llega en un momento crítico, mientras Europa despertaba de la inercia en su postura de defensa, provocada por la agresión de Rusia contra Ucrania. Sin embargo, el reciente cambio de administración en Estados Unidos ha reiterado el desafío que la Unión Europea enfrenta en ejercer un rol decisivo en la contención de la guerra en suelo europeo.
A pesar de tener los planes y la determinación para establecer una fuerza militar conjunta europea, la realidad sugiere una falta de acción concreta y un incremento significativo en el presupuesto de defensa. España, por ejemplo, se ha comprometido a alcanzar el 2% del PIB para 2029 en gasto de defensa, un objetivo que subraya la urgencia de reforzar las capacidades militares del continente.
Sin embargo, la OTAN ha emergido fortalecida de la crisis ucraniana, recalibrando sus relaciones con Rusia y orientando el diálogo hacia una posible expansión global que abarque desafíos como la creciente influencia de China. La llegada de Trump al poder fue un punto de inflexión para la OTAN, forzando a la alianza y a sus miembros a reconsiderar estrategias y compromisos.
En resumen, la complejidad de la seguridad europea y la defensa aliada se ha visto llevada a un nuevo nivel. Con la UE esforzándose por alcanzar una autonomía estratégica y la OTAN reforzando su postura frente a desafíos globales, el camino a seguir sigue siendo incierto pero imperativo para la estabilidad y seguridad internacional.