En Podu Văleni, una aldea del condado de Prahova, Rumanía, la vida de Valentín y Mirela, un matrimonio de mediana edad que padece de epilepsia, transcurre entre la carencia de servicios básicos y la adaptación a un entorno que apenas reconoce sus necesidades. Con 57 y 52 años, respectivamente, esta pareja representa una realidad más amplia en Rumanía: el déficit de infraestructuras sanitarias en el hogar. A unos 40 km de la capital, Bucarest, la casa de estos dos rumanos carece de baño, una carencia compartida por casi tres millones de ciudadanos en el país.
En este rincón de Europa, un bidón de plástico azul hace las veces de letrina en un corral donde también residen gallinas. “En este país, las personas con discapacidad somos peor que escoria”, lamenta Valentín, expresando un sentir de marginación y desamparo. Su vivienda, adornada con muestras de su intento por crear un hogar mediante paños bordados por Mirela, carece de los servicios más fundamentales, siendo el baño uno de ellos.
Según datos recientes de Eurostat (2023), una de cada seis personas en Rumanía no tiene acceso a un inodoro con cisterna en el interior de su hogar, conectada a la red de agua y alcantarillado. Aunque la cifra ha mostrado una notable disminución desde 2017, cuando casi el 30% de la población enfrentaba esta situación, todavía se cataloga de «escalofriante» la realidad de que 15.4% de los rumanos vive sin este servicio básico.
La problemática se extiende a los ámbitos educativos, con 70 escuelas iniciando el curso escolar sin contar con baños adecuados, de acuerdo con declaraciones de la ministra de Educación rumana, Ligia Deca. A pesar de los esfuerzos por mitigar esta situación mediante financiamiento a algunos de estos centros, sigue habiendo establecimientos que, ubicados en terrenos privados, no se consideran financiables para estos fines.
El fenómeno no es exclusivo de Rumanía; países como Bulgaria, Letonia, y Lituania también registran cifras significativas de ciudadanos viviendo sin acceso a sanitarios adecuados, aunque las cifras han ido disminuyendo con el tiempo. La pandemia de COVID-19, paradójicamente, puso de relieve esta problemática al despertar preocupación global sobre la higiene y el acopio de papel higiénico, contrastando fuertemente con la realidad de aquellos que ni siquiera cuentan con un retrete básico.
La situación de Valentín y Mirela, pese a su particularidad, ilustra la urgencia de abordar el déficit de saneamiento básico que afecta a millones en la Unión Europea, y particularmente en Rumanía. Con el sostén económico que reciben del gobierno rumano, este matrimonio ejemplifica la resiliencia en circunstancias adversas, pero también subraya la necesidad de una intervención sistemática que aborde tanto las desigualdades socioeconómicas como la falta de infraestructura adecuada.
A través de iniciativas como la Misión “Swachh Bharat” (India Limpia) en India, que logró la construcción de 90 millones de retretes en cinco años, se demuestra que es posible superar estos desafíos. Sin embargo, la participación activa y la voluntad política son indispensables para transformar la realidad de muchas familias y comunidades, garantizando el acceso a servicios básicos como un derecho humano fundamental, más allá de las limitaciones económicas, sociales o de salud que enfrenten los ciudadanos.