La dicotomía entre el gaullismo y las tendencias euroatlánticas ha resurgido con ímpetu en el contexto europeo actual, incentivada por los desafíos que plantean tanto Donald Trump como Vladímir Putin. Los llamados a una Europa con capacidad de autoprotección, advirtiendo sobre una disminución del compromiso estadounidense en la región, han sido el caballo de batalla de Emmanuel Macron desde su ascenso a la Presidencia francesa en 2017. Ahora, la figura de Charles de Gaulle, con sus políticas de defensa centradas en el Estado-nación y su rechazo a la subordinación europea respecto a Estados Unidos, se ve tanto venerada como controvertida.
Macron, aparentemente, encontró razón en la sombra de Gaullismo al promover la indispensable autonomía estratégica de Europa. Sin embargo, la realidad contemporánea parece requerir una postura que, aunque gaullista en su insistencia en la autonomía, difiere en la aproximación a la defensa europea. La necesidad de una Europa fuerte y con capacidad de defensa propia no equivale a rechazar la colaboración internacional, en especial con aliados cruciales como el Reino Unido, o de distanciarse de EE. UU. En este sentido, la OTAN emerge como el eje central de la seguridad europea, destacándose como la única institución con la capacidad militar, el entrenamiento y la interoperabilidad requerida para hacer frente a amenazas como la representada por Rusia.
La visión de De Gaulle sobre una Europa fragmentada, exclusivista y equidistante entre las grandes potencias parece poco práctica en el escenario geopolítico actual. Sin embargo, no puede pasarse por alto la evidencia irrefutable que la Unión Europea, a pesar de sus esfuerzos, aún no posee una estructura de defensa que se aproxime a la robustez y eficacia de la OTAN. Esto reitera la importancia de fortalecer los lazos transatlánticos, mientras se trabaja por consolidar una capacidad de defensa europea más autónoma e integrada.
Ante la volátil fiabilidad de la política exterior estadounidense bajo la administración Trump, Europa se ve compelida a reconsiderar su estrategia de defensa, incluyendo la extensión del paraguas nuclear francés y británico. Los desafíos para alcanzar este ideal de una Europa fuerte y unida en defensa son, sin duda, titánicos. Varían desde las disparidades en percepciones históricas y políticas nacionales, hasta la dificultad intrínseca de consolidar la producción de armamento en un mercado común europeo, y la tensión entre la inversión en defensa y las crecientes demandas de gasto social en países altamente endeudados.
El cosmovisionario modelo «Churchillo-Gaullismo» esbozado en este análisis sugiere una fusión entre el liderazgo y firmeza de Churchill y la visión autónoma de Gaulle, generando así una postura defensiva coherente y robusta adaptada al siglo XXI. Evidence la necesidad imperiosa de Europa de forjar una defensa propia, realista y ajustada a sus principios fundacionales sin renunciar al respaldo y colaboración transatlántica. En este equilibrio entre autonomía y alianzas reside, según Timothy Garton Ash, la clave para la seguridad futura de Europa en un mundo cada vez más incierto.