La llegada de Süreyya al hospital es imposible de ignorar. Desde el primer instante, su figura impone un respeto y, paralelamente, da lugar a un clima de malestar en el personal. Amparándose en una autoridad que no da lugar a respuestas y, aun así, en una precisión casi quirúrgica a la hora de dirigir, Süreyya se convierte en el centro de la atención general.
Su forma de llevar al equipo es dura, tajante, y no tarda en hacer nacer las discordias entre las personas que conforman el equipo, por la parte que toca a Bahar, que ve cómo su más que complicada existencia va a ir ahora ocupándose de muchas más dificultades materiales. La llegada de Süreyya no solo implica un cambio en la dinámica del hospital, además es un círculo de conflictos.
Permitir el regreso de Evren a pesar de las acusaciones que pesan en su contra por negligencia es una sorpresa para todos; una jugada, por otra parte, inexplicable, que remarca una quiebra mucho más interna de Süreyya, una mujer capaz de tomar decisiones que están lejos de ser bienvenidas por otros. La frialdad y el cálculo de su mirada pueden esconder, quizás, una estrategia que aún no le tocaba a los personajes desvelar.
La llegada de Süreyya no es únicamente un hecho profesional; va a tener una repercusión en las relaciones de los personajes, en especial en Bahar y Evren. Con el regreso de Evren, ocurre una sucesión de situaciones que hacen que Bahar deba enfrentarse a sus sentimientos como nunca antes. El clima entre la nueva directora y el personal continuará siendo uno de los grandes ejes de la narración en los siguientes capítulos.