El fantasma del «confinamiento» vuelve a acechar las escuelas del Reino Unido, aunque esta vez no es por Covid-19, sino por la subvariante H3N2 de la gripe estacional, que ha causado un incremento sin precedentes en las hospitalizaciones. Cada día en noviembre se registraron alrededor de 1.700 ingresos, la cifra más alta en años, y varias instituciones, como el colegio St Martin’s en Caerphilly, se han visto obligadas a cerrar temporalmente tras múltiples contagios entre alumnos y personal.
La respuesta del Gobierno ha sido clara: las escuelas solo deben cerrar en «circunstancias extremas,» un mensaje que revela la ansiedad colectiva que persiste desde la pandemia. Las autoridades son conscientes de que cualquier medida que recuerde a los cierres de 2020 puede desatar un descontento general, con la salud mental y emocional de los jóvenes en el punto de mira. En este clima ya tenso, las voces críticas han comenzado a cuestionar la necesidad de medidas drásticas por un virus que, aunque más contagioso, no está descontrolado.
Mientras tanto, la presión sobre el sistema de salud británico es evidente, con huelgas inminentes entre los médicos residentes y un NHS que lucha por mantener su capacidad ante la creciente ocupación por casos de gripe. La situación no solo plantea un desafío sanitario, sino también un dilema político, pues el manejo de la percepción pública es tan crucial como la contención del virus mismo. La preocupación por posibles decisiones de cierre que revivan los traumas del pasado pesa sobre el Gobierno, que intenta navegar en aguas turbulentas mientras miles de estudiantes continúan enfrentándose a un invierno incierto.
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