El reciente viaje de Emmanuel Macron a Alemania ha significado un llamado a la defensa de la democracia ante el creciente autoritarismo digital, pero en casa, la situación política es alarmante. Este domingo, dimitió su tercer primer ministro en un año, justo después de su nombramiento, lo que plantea la pregunta de si Francia está enfrentando un momento Weimar. Los partidos tradicionales de derecha e izquierda, que Macron esperaba reunir para gobernar, han mostrado una falta de responsabilidad y cohesión política, lo que impide una colaboración fructífera en momentos críticos como la lucha contra la austeridad y la priorización del gasto en defensa.
A medida que se avecinan elecciones presidenciales en 2024, los partidos del centro se sienten amenazados por una extrema derecha cada vez más consolidada, lo que genera una dinámica de miedo y competencia feroz. La agrupación centrista que había beneficiado a Macron desde 2017 se ha debilitado, con dos pesos pesados del gobierno y el último primer ministro, Lecornu, abandonando el barco en un contexto de falta de liderazgo y visión clara. Aunque la estrategia de Macron buscaba crear un frente unido contra la extrema derecha, la realidad ha mostrado que esta política ha facilitado en gran medida su ascenso.
La dimisión de Lecornu es solo un síntoma de la crisis más profunda que afecta a la política francesa, en la que la polarización entre opciones identitarias y neoestatistas se torna más evidente. Los problemas estructurales que enfrenta la administración de Macron no son exclusivos de Francia; el descontento generalizado con los enfoques neoliberales, que se ven reflejados en las luchas internas de otros países europeos, señala un posible giro hacia una reestructuración política que combine las luchas económicas y sociales con las identitarias, desafiando así las narrativas amigo-enemigo que han dominado la política en los últimos años.
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