Las conversaciones sobre un plan de paz para Ucrania han resaltado una realidad crucial: la ausencia de garantías de seguridad operativas condena cualquier iniciativa a la fragilidad. Rusia ha demostrado, en múltiples ocasiones, que ignora los compromisos formales y actúa solo cuando siente que las consecuencias de sus acciones son inminentes. Un simple alto el fuego, sin mecanismos de supervisión y cumplimiento, solo ofrecería a Moscú una oportunidad para prepararse para futuros ataques, mientras que Ucrania y Europa quedarían sumidas en una ilusión de seguridad.
Para que un acuerdo sea creíble, es imperativo que incluya una seguridad respaldada por fuerzas internacionales. El despliegue de una fuerza europea, destinada a estar detrás de las líneas ucranianas y no en combate directo, serviría como un colchón estratégico imprescindible. La idea es que esta presencia no sustituya al ejército ucraniano, sino que sirva como un claro mensaje a Rusia: cualquier agresión tendrá una respuesta inmediata, obviando la improvisación y construyendo una disuasión efectiva.
Además, el papel de Europa no puede subestimarse. La seguridad de Ucrania es, en última instancia, la de Europa. Para responder a las crecientes amenazas, se vuelve necesario que naciones como España refuercen sus capacidades militares, aumentando la inversión en defensa y participando de manera activa en iniciativas colectivas. La utilización de activos rusos congelados para financiar la reconstrucción de Ucrania sería un paso hacia la reparación de los daños causados por la guerra, reconociendo que la seguridad y la estabilidad europeas están inextricablemente unidas.
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