La reciente serie de Netflix, «Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez», ha revivido el escalofriante relato del doble parricidio que remeció a los Estados Unidos a finales de los años 80, destacando nuevamente la maestría narrativa de Ryan Murphy en el mundo audiovisual. Este drama, que desgrana los eventos que llevaron a los hermanos Menendez a asesinar a sus padres en su mansión de Beverly Hills, ha generado una vez más un torrente de conversaciones y análisis sobre un caso que parece no agotar su fascinación sobre el público.

Los Menendez, retratados por Javier Bardem y Chloë Sevigny, afirmaron haber estado motivados por años de maltrato y abuso, una defensa que resonó en el juicio más mediático de la época, desafiando las narrativas convencionales sobre el parricidio y la violencia doméstica. Su condena a cadena perpetua en 1996 no solo marcó el final de su juicio sino también de una era de juicios mediáticos en los Estados Unidos.

La polémica no se ha hecho esperar con la divulgación de la serie. Particularmente, Erik Menendez ha expresado su descontento, acusando a Murphy de caricaturizar y distorsionar los hechos reales de su vida y del horrendo crimen cometido. La serie, según Erik, da pasos atrás en el reconocimiento de los hombres como víctimas de abuso doméstico, una acusación grave en tiempos donde la conversación global sobre la violencia doméstica y el abuso infantil ha ganado terreno.

El debate se intensifica al considerar la presunta insinuación de una relación incestuosa entre los hermanos, detalle que ha incendiado las redes y los círculos cercanos a los Menendez, quienes han salido en defensa de su historia, calificando la serie de ficticia y alejada de la verdad.

Este nuevo capítulo en la saga de los Menendez, cortesía de Netflix y Ryan Murphy, no solo reabre las heridas de una tragedia familiar sino que también plantea interrogantes éticos sobre la representación de la violencia y el abuso en el entretenimiento y el true crime. ¿Dónde se traza la línea entre la factualidad y la ficción en los dramatizados de crímenes reales? ¿Es posible una narrativa justa y respetuosa sin sacrificar el interés del público?

Mientras estas preguntas persisten, lo cierto es que «Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez» ha logrado, una vez más, colocar en la palestra un caso que continúa generado fascinación, repulsión y debate a tres décadas de sus trágicos eventos, consolidando a Ryan Murphy como una figura preponderante en la industria audiovisual del siglo XXI.

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