Entre los imponentes monumentos que se erigen a lo largo del Paseo de la Reforma en Ciudad de México, se ha sumado una escultura que captura la atención y suscita reflexión: un molino gigante que destruye armas, acompañado de la imagen de niños en celebración. Esta obra, materializada a partir de 4.700 armas entregadas voluntariamente al Ejército para su aniquilación, porta una potente declaración pacifista en un contexto nacional azotado por la violencia.
Develada en 2021, la estatua emergió como un símbolo ganador dentro del concurso que promovía la iniciativa «Sí al desarme, sí a la paz». Esta estrategia, impulsada por el entonces gobierno de la Ciudad de México liderado por Claudia Sheinbaum, tenía por objetivo mermar la presencia de armamentismo entre la población civil. Esta medida se enmarca dentro de un esfuerzo que lleva más de una década en el país, buscando enfrentar la preocupante proliferación de armas.
Recientemente investida como presidenta de México, Sheinbaum ha extendido esta iniciativa a nivel nacional desde el pasado 10 de enero. El renovado programa incentiva la entrega voluntaria de armas de fuego, explosivos y municiones a cambio de una compensación económica, en un esfuerzo por historizar y mostrar al mundo los pasos firmes que México está dando hacia la construcción de justicia y paz.
Sin embargo, la realidad presenta desafíos considerables. En un lustro, el programa solo ha logrado recoger 6.500 armas en la capital, una fracción mínima comparada con los cerca de 16 millones de armas estimadas en manos civiles en 2017, según la encuesta Small Arms Survey de Ginebra. A esto se suma el flujo anual de aproximadamente 200.000 armas que ingresan al país.
La estrategia de Sheinbaum incluye un enfoque innovador al no requerir investigaciones a quienes entreguen armas, promoviendo un proceso de entrega anónimo. Este enfoque se complementa con el apoyo de la Iglesia Católica, convirtiendo los templos en puntos de canje simbólico y sumando un componente moral al esfuerzo desarmamentista. Adicionalmente, eventos de entrega han visto a niños intercambiando juguetes bélicos por opciones más educativas, reforzando el mensaje anti-violencia desde las raíces de la sociedad.
A pesar de la buena intención, la iniciativa se encuentra con críticas y escepticismos. Expertos en seguridad apuntan que el enfoque debería centrarse más en el control y regulación del tráfico de armas desde Estados Unidos hacia México. También se subraya la falta de estudios que demuestren el impacto real de políticas de desarme en la seguridad pública. El programa, si bien es un paso hacia el desarme, parece recolectar principalmente armas obsoletas o inservibles, dejando fuera aquellas que realmente constituyen una amenaza de violencia.
A medida que la iniciativa de desarme avanza, queda claro que su éxito será medido no solo por las armas que logre eliminar, sino por su capacidad para fomentar una cultura de paz y justicia en un país que, con urgencia, busca soluciones a su crítica situación de violencia.