Este fin de semana, la transición del horario de invierno al de verano lleva a que, en la madrugada del sábado 30 al domingo 31 de marzo, adelantemos nuestros relojes de las 02:00 a las 03:00, lo que resulta en una hora menos de sueño. Sin embargo, este pequeño sacrificio nos permitirá disfrutar de tardes más extensas y con mayor luz solar. Esta medida, adoptada por todos los Estados miembros de la Unión Europea, tiene como objetivo principal el ahorro energético mediante una utilización más eficiente de la luz natural, aunque su efectividad real en este aspecto es aún tema de debate.

La continuidad de este cambio de hora ha sido objeto de cuestionamiento y discusión reciente. En 2018, una consulta pública realizada por la Comisión Europea reveló una preferencia generalizada hacia la eliminación de esta práctica, pero la falta de un acuerdo unánime entre los estados miembros ha pospuesto cualquier decisión definitiva. Mientras tanto, con apoyo de comisiones clave del Parlamento Europeo, se ha decidido mantener los cambios de hora al menos hasta 2026.

Esta práctica se originó en 1974 como una respuesta a la crisis del petróleo, buscando una solución para reducir el consumo energético aprovechando mejor la luz del día. A lo largo de los años, ha sido adaptada y discutida en diferentes contextos, reflejando la evolución de las necesidades y preocupaciones ambientales. Pero la verdadera cuestión sobre su permanencia y efectividad aún permanece, marcando un debate tanto en esferas políticas como entre la poblidad, cuyos efectos directos se sienten dos veces al año.

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