A las 8 de la tarde, la iglesia de la Sagrada Familia en Gaza se convertía en una fiesta. “¿Te imaginas…? Era como si te llamara San Pedro todos los días”. El padre Carlos Ferrero ríe. Sus pequeños ojos marrones, escondidos detrás de unas gafas negras, se emocionan cuando lo recuerda. El teléfono de la parroquia no dejó de sonar desde el inicio de la guerra en la Franja, a lo largo de más de 500 días. Al otro lado de la línea estaba el papa Francisco, siempre puntual, siempre preocupado, trasladando su humor incluso en zonas del mundo donde el dolor parece inundarlo todo.

“Cuando ya estaba más enfermo no podía comunicarse tanto», cuenta el padre Ferrero, «pero siempre encontraba una manera de enviar un mensaje, de voz o de texto. A veces hablábamos con cámara, otras sin». Ferrero, al igual que el resto de los eclesiásticos de la iglesia, no se imaginaban que el sábado sería la última vez que hablaría con el papa. “Nos comunicábamos con él tantas veces, incluso cuando estuvo internado… Aunque no todos los días”, afirma. “Veíamos que estaba muy enfermo realmente”.

“El sábado por la tarde llamó un poquito antes que empezara la ceremonia, acá eran las 7 de la tarde», recuerda. «Unos minutos antes llamó y el padre alcanzó a salir, lo saludaron, él habló muy poquito. Fue menos de un minuto, 50 segundos creo. Nos preguntó, ‘¿cómo están? Sigo rezando por ustedes, felices Pascuas, Dios los bendiga’…”.

La risa de los niños se escucha de lejos. El eclesiástico se disculpa y cierra la puerta. Alrededor de la iglesia de Gaza hay varios complejos que hacen las labores de colegio para que, «con la guerra, los pequeños no perdieran el hábito de estudiar». Son 180 niños los que reciben clases y los que, de acuerdo con Ferrero, querían profundamente al papa. La relación telefónica entre la Santa Sede y Gaza era tal que hasta Francisco se conocía los nombres de todos ellos y los reconocía por la voz. Ese sábado los niños también pudieron saludarle.

Después de la última conversación, “por la noche le grabamos un videito de todos, se lo mandamos y el domingo vimos la noticia de que él había podido salir al balcón. Lo escuchamos hablar con mucha dificultad y en su rostro se veía el dolor y el sufrimiento también, cansado, la hinchazón de sus manos… en fin». En una sala, decorada con cruces de madera, Ferrero cuenta cómo el dolor de las víctimas de la guerra en Gaza se convirtió en una de las prioridades del papa. Daba igual lo que ocurriese. Su voz con acento sureño siempre se escuchaba al otro lado de la línea.

El domingo ya no pudieron hablar con él. Los síntomas de cansancio en su cuerpo eran más que evidentes. Su dificultad para respirar, sumado a todas las patologías que arrastraba, dificultaban cada vez más sus intervenciones públicas. El eclesiástico supone que el papa «se guardó toda su energía» para dar el urbi et orbi (la bendición para la ciudad de Roma y para el mundo), donde Francisco dedicó sus últimas palabras a las guerras. Una vez más, no se olvidó de Palestina “donde el terrible conflicto sigue llevando muerte y destrucción, y provocando una dramática e indigna crisis humanitaria». Fue su último acto público.

«¡Cuánta voluntad de muerte vemos cada día en los numerosos conflictos que afectan a diferentes partes del mundo», continuaba el discurso. «Cuánta violencia percibimos a menudo también en las familias, contra las mujeres o los niños. Cuánto desprecio se tiene a veces hacia los más débiles, los marginados y los migrantes».

En un contexto mundial cada vez más agresivo y derrotista con esta parte de la población, la iglesia gazatí es un refugio para su comunidad, no solo de los bombardeos, sino también emocional. En mitad de una guerra —donde las situaciones humanitarias son dramáticas— el padre Ferrero recalca que los contactos diarios con del papa «eran un consuelo». Y consolar es precisamente lo que este grupo de eclesiásticos traslada a sus consagrados. «El papa nos decía que había que darles ánimo, tener fe y esperanza. Siempre nos dejaba un mensaje de aliento. Justo ahora, en este jubileo de la esperanza, su mensaje es más necesario que nunca”.

Las conversaciones entre los integrantes de la iglesia en Gaza y el papa duraban unos minutos. “No podíamos acapararle”, bromea el religioso. Él, al igual que Francisco, da mucha importancia al humor. Tal vez no sea casualidad que los dos compartan la nacionalidad argentina. “Aunque las llamadas fuesen cortas, nos preguntaba si habíamos recibido ayuda, si había podido entrar algo durante la tregua. Una vez, repartieron pollo tras meses sin carne y fue una gran celebración para nosotros», suelta una carcajada. «El Papa se alegraba muchísimo al escuchar eso”.

Como gran parte del territorio de la Franja, la iglesia de la Sagrada Familia también ha sido blanco de los ataques israelíes. No solo por las bombas. Ferrero cuenta que el templo también ha tenido que convertirse en una suerte de hospital «donde no llegan las medicinas» y en un cementerio. Durante el asedio, la iglesia fue rodeada por francotiradores que se escondían en los edificios de alrededor. La mira telescópica de uno de ellos vio a una mujer, Nahida Khalil Anton, salir de su dormitorio y no dudó en disparar. Su hija, Samar, «corrió a ayudarla y también la mataron, dentro de la iglesia”.

“Cuando otros intentaron asistirlas, les dispararon y lanzaron una granada. Varios quedaron heridos. El patriarcado de Jerusalén informó al respecto y el Santo Padre también lo mencionó en uno de sus mensajes dominicales”. Pero dio igual. Israel lo negó y los dos asesinatos quedaron impunes. “Los familiares que quisieron ayudar tuvieron que replegarse porque les disparaban”, relata. “Después ahí tiraron una granada de esas que explotan y tiran un montón de pedacitos por todos lados, de esquirlas. Varios quedaron heridos, también por eso, tratando de ayudar con los dos cadáveres”.

La dramática situación en Gaza y los constantes ataques de Israel sobre su población han sido catalogados por organizaciones como Naciones Unidas como actos de «genocidio». El papa también se posicionó de acuerdo con esto y pidió en unas entrevistas recogidas en su libro «La esperanza nunca defrauda» investigar si los ataques de Israel constituyen o no genocidio. «La historia dará su veredicto, seguramente, porque estas cosas son muy difíciles de verificar», opina Ferrero.

El Papa «siempre mostraba su preocupación, como buen padre. Preguntaba por nuestras necesidades, por la condición de la gente, por las medicinas, cuando también en estas circunstancias hubo personas que fueron heridas, por las esquirlas y también por ese tipo de bombas que desparraman metal, una especie de hierro y se queda atravesado. Yo entendía que eso estaba prohibido, pero bueno».

Las bombas también han impactado los alrededores de la iglesia. La noche siguiente a la llamada con Ferrero, Israel llevó a cabo un bombardeo que provocó varios daños en las inmediaciones. «Ha habido muchos bombardeos. Anoche fue terrible», afirmó el párroco de la iglesia gazatí, Gabriel Romanelli, en un vídeo publicado en su canal de YouTube. De fondo se escucha el sonido de los drones. «Nosotros estamos bien, pero se movía la casa y temblaba mucho. La gente está muy inquieta. Sigue habiendo propuestas y contrapropuestas [para la paz] y el pescado sin vender».

Tanto el estruendo de las bombas como el zumbido de los drones se han vuelto parte del día a día para esta comunidad eclesiástica. El cerebro acaba adaptándose a todo: al principio provoca estrés o ansiedad, pero con el tiempo logra acostumbrarse. Es el instinto de supervivencia haciendo eco. «Lamentablemente se produce un efecto de un cierto acostumbramiento, porque es como cuando uno vive cerca de un aeropuerto y escuchan los aviones que van y que vienen, que salen y que entran, y así, qué sé yo cuánto».

«Están también estos ‘animalitos voladores’ que son automáticos y que disparan»

«Llega un momento donde al principio parece que le van a tocar la cabeza con la rueda del avión, pero después se produce una cierta aclimatización y uno siente el… bueno…uno se encoge de hombros si estamos adentro de la iglesia o bajo techo y esperamos», relata el padre Ferrero. «Las ventanas tienen que estar todas un poquito abiertas, las puertas siempre un poquito también, tiembla el piso, tiembla los edificios según lo que caiga y así».

«Muchas veces hemos tenido que correr y tener cuidado porque hay balas perdidas», señala. «A veces están también estos ‘animalitos voladores’ que son automáticos y que disparan sin que seas un objetivo militar». Pero lo peor de la guerra es, para este cura, la incertidumbre y no saber cuándo va a acabar.

Actualmente, en la Franja se calcula que hay alrededor de 3.000 cristianos. En la Sagrada Familia acogen a 500, una cifra que al principio de la guerra se encontraba en torno a los 700. Los constantes ataques, la difícil situación humanitaria y las condiciones hicieron que 200 de ellos salieran por el cruce de Rafah hacia Egipto. Otros —que contaban con visado— consiguieron llegar hasta Canadá o Australia. Con la reanudación de la guerra, el cruce se cerró y los que se fueron ya no pueden volver. Algunos decidieron regresar a lo que quedaba de sus casas por el miedo a «los robos por necesidad», como cuenta este cura. «De los muebles de madera, sobre todo, para hacer fuego».

Desolación por la muerte de Francisco

Para los palestinos de la diáspora, la muerte del Papa ha supuesto un shock. No solo por lo que supone para un cristiano la muerte de la representación de Dios en la Tierra, sino por su cercanía con su tierra. En Ámsterdam, Anthony Jeer, teólogo y palestino cristiano de Belén, cuenta a Diario de Actualidad que en Palestina, «el mundo cristiano a veces nos ha visto como enemigos, por ser palestinos, y nos han deshumanizado muchas veces con una teología sionista. Saber que una figura tan grande como el papa estaba con nuestro sufrimiento, que nos apoyaba… nos dio fuerza».

«Él les dijo claramente que lo que pasa es un genocidio», afirma. «Fue de las primeras figuras relevantes que lo expresó así, mientras nadie más nos creía. Eso nos mostró la solidaridad real que tenía con nosotros», relata. Al ser latino, «el conocía el sufrimiento de la colonización y la opresión. También de los palestinos. Aunque su pérdida es muy triste, creo que debemos continuar con su legado. Él pidió un alto al fuego en Gaza, y eso es lo que queremos: que no haya más opresión, que no se siga usando la Biblia para justificar violencia».

«Palestina sin su gente no es una tierra santa»

Nadie sabe quién será el sucesor del papa Francisco. Jeer espera que el siguiente sea alguien que defienda la liberación no solo de palestinos, si no «de todo el mundo» y que siga «amando» y «dando orgullo a la gente que se puede llamar cristiano, ya que el mundo ha utilizado el cristianismo para hacer cosas horrendas. Necesitamos a alguien pueda seguir con no solo la palabra de Dios pero también la palabra de la gente, porque Palestina sin su gente no es una tierra santa».

Desde Gaza, la ausencia del papa es todavía más dura. El teléfono no ha sonado por primera vez durante cuatro días seguidos y ya no volverá a hacerlo. Habrá que esperar al nombramiento del siguiente pontífice para saber si el legado de Francisco volverá a resonar en la pequeña iglesia católica. La ausencia se hace dura y los niños, aún ajenos a lo que significa la muerte, preguntan por él. Ferrero cree que cada papa «es muy personal. Siempre ha sido así en la historia de la humanidad. Depende también de lo que quiera la historia, la línea que se busca, que se sigue… Dios ilumina, alumbra e inspira a los cardenales, pero los cardenales también son seres humanos y tienen sus cosas».

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