En el Foro Económico Mundial de Davos, Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE), arremetió contra la supuesta «pereza» y aversión al riesgo de Europa, atribuyendo a estas características el débil crecimiento económico del bloque. Según Lagarde, los europeos tienden a «pegarnos un tiro en el pie» al no completar las reformas necesarias, perpetuando un entorno de debilidad económica autoinfligida. Pero, ¿es realmente la «pereza» el problema de fondo o hay algo más profundo que Lagarde omite?
El problema no es la actitud, es la estructura
Lagarde apunta al carácter europeo como la raíz del estancamiento económico. Sin embargo, sus declaraciones omiten abordar un elefante en la sala: el peso de una burocracia desmesurada y una presión fiscal asfixiante que desincentivan la inversión y sofocan la iniciativa privada. Europa no solo enfrenta una aversión al riesgo cultural, como señala Lagarde, sino también un entorno regulatorio y fiscal que dificulta competir con economías más dinámicas como la estadounidense o la asiática.
La carga reguladora de la Unión Europea es bien conocida por las empresas que intentan operar en el continente. Desde normativas laborales extremadamente rígidas hasta requisitos medioambientales que, aunque bien intencionados, a menudo resultan impracticables para las pequeñas y medianas empresas, Europa no facilita precisamente el emprendimiento ni la innovación. A esto se suma una presión impositiva que en muchos países europeos supera el 40 % del PIB, convirtiendo a la región en un lugar poco atractivo para el capital extranjero y el desarrollo de nuevos proyectos.
La contradicción de simplificar sin desregular
Lagarde habló en Davos sobre la necesidad de una «simplificación», aclarando que no aboga por una desregulación generalizada. Su postura es razonable en teoría, considerando los excesos del período previo a la crisis financiera de 2008. Sin embargo, es difícil ignorar que una simplificación significativa, en muchos casos, requiere precisamente lo que Lagarde evita mencionar: desregular.
El vicecanciller alemán, Robert Habeck, y representantes de la industria europea han sido más claros al respecto, pidiendo directamente una reducción de la burocracia que ahoga a las empresas. Desde Alemania hasta Italia, los sectores productivos exigen que Bruselas adopte un enfoque más pragmático. Pero esta demanda no es nueva, y las instituciones europeas han mostrado históricamente una lentitud desesperante para abordar estos desafíos.
El ejemplo de Estados Unidos y la realidad europea
Lagarde también señaló que Europa necesita aprender de Estados Unidos, donde el fracaso se acepta como parte del proceso innovador y empresarial. Pero este tipo de cultura no surge en un vacío. Estados Unidos ofrece incentivos fiscales, menos barreras regulatorias y un entorno donde el capital fluye con mayor libertad hacia inversiones productivas. En Europa, en cambio, el capital a menudo se estanca en cuentas de ahorro o se ve obligado a huir hacia mercados más rentables fuera del continente.
La propuesta de la Unión de Mercados de Capitales, mencionada por Lagarde como un paso necesario, podría desbloquear 470.000 millones de euros anuales en inversión privada. Sin embargo, esta iniciativa lleva años estancada, víctima de las interminables negociaciones entre los estados miembros. Mientras tanto, el capital europeo sigue siendo infrautilizado, y las oportunidades para empresas y emprendedores se pierden entre papeleo y restricciones.
¿Un toque de atención desde Washington?
Tanto Lagarde como Habeck mencionaron el posible regreso de Donald Trump como un catalizador para que Europa despierte de su «apatía». Aunque la política exterior y comercial de Trump podría ejercer presión sobre los líderes europeos, depender de factores externos para avanzar no es precisamente un signo de fortaleza ni de autonomía estratégica.
Más preocupante aún es la insinuación de que la motivación de Europa para actuar depende de compararse con el resto del mundo, en lugar de mirar hacia adentro para solucionar problemas estructurales profundos.
La verdadera autocrítica pendiente
Es cierto que Europa necesita un cambio de mentalidad, pero el problema no radica exclusivamente en su «pereza» o aversión al riesgo. La autocrítica de Lagarde se queda corta al ignorar el impacto de décadas de políticas que priorizan la regulación sobre la competitividad. Hasta que los líderes europeos no aborden de manera integral las barreras estructurales que frenan el crecimiento, cualquier cambio será superficial y efímero.
Reducir la burocracia, aliviar la carga fiscal y crear un entorno que fomente la innovación no es solo una cuestión de «simplificación», como dice Lagarde, sino de replantear un modelo que ha demostrado sus limitaciones. La «pereza» no es el problema; la falta de visión y voluntad para enfrentarse a los verdaderos obstáculos sí lo es.
Foto generada con Grok.