Una Tragedia Envuelta en Revelaciones
«Lo único que no me pueden quitar es mi muerte». Así selló, Eugenia Luján, uno de sus destinos en uno de los instantes más desgarradores de La Promesa. Era eso, la vuelta al palacete años después de estar recluida en un sanatorio y no un renacer, sino una última lucha contra quienes trataron de acallarla. Su historia es la de una mujer rota por el maltrato, la manipulación y la indiferencia de aquellos que debieron protegerla.
Lorenzo, su esposo, y Leocadia tramaban un velado plan para hacerla morir en vida con la combinación de láudano y gas, haciéndola parecer una enferma mental. La táctica era fácil: desacreditarla al punto en que su voz ya no tuviera peso. Pero Eugenia, en un último estallido de lucidez y desesperación, irrumpió en el bautismo de los mellizos de Catalina con una pistola, disparó contra Adriano, y se llevó uno de los bebés en brazos de camino hacia la torre.
Desde allí upó su voz con el relato de su historia antes de asomarse al vacío, de tirarse desde la torre. Su muerte fue la única manera de escapar de sus torturadores y no una derrota. Eugenia murió sin ningún tipo de remordimientos. Eugenia se alzó como el ejemplo de una resistencia en medio de la crueldad de una trama. La secuencia o escena de su muerte, plagada de simbolismo, ha sido contrastada con todo tipo de tragedias clásicas donde el héroe que cae sacrifica su vida por los demás para que su sacrificio potencie a otros.
Eugenia no solo quería liberarse, sino hacer explotar todo el hedor que emana de la familia Luján, y su grito de guerra volará por todo el palacio de forma especial para Lorenzo, que a partir de ahora va a tener que mirar al interior de sí mismo y afrontar sus consecuencias. Curro, el hijo, va a estar machacado por el dolor de haberlo perdido todo y podría dar con el elemento para poder descubrir la verdad. Si decide descubrir qué ocurrió a su madre, Lorenzo y Leocadia se podrán enfrentar a no solo su culpabilidad, sino la ira de un hijo traicionado.