En los últimos días de 2024, una alarmante ola de ataques incendiarios perpetrados en Rusia capturó la atención de las autoridades y la opinión pública. Un patrón sorprendente surgió cuando se descubrió que los responsables de estos actos eran jubilados de entre 60 y 70 años de edad. En San Petersburgo, una mujer provocó un incendio en una sucursal bancaria utilizando un líquido inflamable. Paralelamente, en Moscú, tres incendios adicionales causaron estragos, dos de ellos en centros comerciales y otro en una oficina de correos. Esta serie de eventos ha llevado a una creciente inquietud y especulaciones sobre las motivaciones detrás de tales actos.
Alexander Nikiforov, uno de los implicados, llevó a cabo uno de los ataques prendiendo fuego a un cajero automático después de rociarlo con alcohol, un acto que repitió en el mismo día antes de su detención. A pesar de ser acusado de terrorismo, el incremento del 30% en intentos de ataques incendiarios contra entidades bancarias reportado por el banco estatal Sberbank sugiere un patrón preocupante. Estos ataques no solo se han limitado a instituciones financieras; la primera semana de 2025, un centro de donaciones para soldados rusos en Vyborg fue también blanco de un ataque.
Inicialmente, se sospechaba que detrás de estos ataques estaban opositores de Rusia o incluso operaciones de inteligencia ucranianas. Sin embargo, las declaraciones de Nikiforov desviaron la narrativa, ya que afirmó que su motivación no era política sino la coacción por parte de estafadores telefónicos. Este caso ilustra una realidad más compleja detrás de los incidentes, que se relaciona con un auge de la actividad de estafadores, particularmente en Ucrania, según se desprende de investigaciones de Mediazona.
El servicio de seguridad ucraniano, según expertos, aparentemente ha adoptado tácticas que implican el reclutamiento de personas, mediante engaños, para ejecutar ataques de una sola vez, lo que marca un cambio significativo en las operaciones de sabotaje. Este nuevo modus operandi parece estar enfocado no sólo en causar daños materiales sino en desestabilizar mediante la creación de un clima de miedo e incertidumbre.
La situación se complica aún más si se tiene en cuenta la reciente serie de ataques con drones lanzada por Ucrania, con efectos mucho más significativos que los incendios provocados, lo que demuestra una escalada en la capacidad de Ucrania para golpear en suelo ruso.
En respuesta, Rusia también ha empleado tácticas similares, destacando una serie de incidentes incendiarios dirigidos contra vehículos militares ucranianos. La acusación de 184 personas por estos ataques refleja la magnitud de la campaña de desestabilización que parece estar en marcha desde ambos lados del conflicto.
Además, incidentes recientes en Europa sugieren que este patrón de sabotajes podría estar extendiéndose, con ataques incendiarios en Polonia y eventos sospechosos en Alemania y el Reino Unido, lo que levanta alarmas sobre la posibilidad de un ensayo ruso para ataques más amplios.
Mientras Rusia niega su involucramiento en estos ataques, analistas sugieren que los sabotajes son parte de un esquema más amplio de desestabilización global en medio de tensiones crecientes. Este panorama complejo subraya la importancia de una vigilancia y cooperación internacionales reforzadas ante una situación de seguridad global que continúa evolucionando de manera impredecible.