La promesa anual de una guerra entre Israel e Irán que durante 15 años no se materializó, este año se ha roto. La predicción, que arrancó hace una década como una columna habitual previendo una paz sostenida pese a las amenazas constantes, ha dado un vuelco dramático, señal de un cambio tectónico en la geopolítica de Oriente Medio impulsado por la intervención directa de figuras como Donald Trump. Este giro destacado ha transformado una guerra psicológica de larga duración en un conflicto abierto, poniendo fin a un periodo de tensa calma y anticipación.
Benjamin Netanyahu, quien ha estado en el poder en Israel por casi 15 años, no ha cambiado su retórica beligerante contra Irán. Desde Ariel Sharon, la justificación se ha centrado en el supuesto desarrollo de armas nucleares por parte de Teherán, invocando imágenes de un choque entre la civilización y la barbarie. Sin embargo, esta guerra de palabras, hasta ahora, había sido solo eso: palabras.
La estrategia de disuasión de Irán hacia cualquier ataque real, basada en su control sobre el estratégico Estrecho de Ormuz por donde transita la quinta parte del petróleo mundial, se ha mostrado efectiva durante décadas. El bloqueo del estrecho significaría un desastre económico global. No obstante, la administración de Trump, con su enfoque poco convencional y desafiante hacia la política y la economía globales, ha desembocado en una situación que muchos creían improbable.
La reciente escalada bélica ha tomado por sorpresa a observadores de largo plazo. Netanyahu, aparentemente respaldado por Estados Unidos, ha llevado a Israel a una posición más beligerante, atacando directamente intereses iraníes. Este ataque no solo ha puesto a prueba la frágil estabilidad regional, sino que también ha desencadenado un reajuste en el equilibrio de poder y alianzas en toda la región.
La retórica de Netanyahu sobre la guerra eterna como cemento de la identidad nacional israelí encuentra ahora una peligrosa manifestación. El ataque de Hamás el 7 de octubre de 2023, que pudo haber servido como distracción para un país al borde de la guerra civil, ha sido eclipsado por la realidad de misiles cayendo sobre Jerusalén.
En estos nuevos conflictos, la interacción compleja y directa entre decisiones políticas impulsivas y sus consecuencias globales impredecibles destaca una era de incertidumbre renovada. La implicación de Trump ha quitado los seguros y metodologías tradicionales para manejar tales crisis, dejando al descubierto que la geopolítica no solo es dirigida por las dinámicas económicas sino también por figuras que, con un tuit, pueden cambiar el rumbo de la historia.
En este contexto fluido y volátil, se plantean posibles escenarios futuros, ninguno de los cuales promete un retorno al statu quo anterior. Con opciones que van desde un realineamiento forzado de estrategias hasta enfrentamientos militares abiertos que involucren a múltiples naciones y bloques económicos, la región y el mundo entero parecen estar en una encrucijada crítica.
Desde ayer, Israel y Irán se encuentran en un nuevo capítulo bélico, cuyas consecuencias aún están por determinarse. La historia nos enseña que las guerras, especialmente en esta volátil región, tienden a tener efectos en cascada, complejos y, sobre todo, dolorosos para todas las partes involucradas. Ahora, el mundo observa, espera y reflexiona sobre cómo sus líderes decidirán enfrentar este último giro hacia un conflicto que muchos habían esperado nunca se materializara.