La inestabilidad política en Europa parece un fenómeno compartido. En 15 de los 27 Estados miembros de la Unión Europea, los partidos que lideran los gobiernos enfrentan dificultades en la carrera hacia la reelección. Desde 2024, en los trece países que han realizado elecciones legislativas, los resultados para los gobiernos han sido desfavorables, exacerbando el clima de desconfianza hacia las formaciones tradicionales. Mientras la derecha radical se posiciona como una opción atractiva para muchos votantes desencantados, las coaliciones actuales han visto menguar su capacidad de respuesta ante las crecientes demandas sociales.
Este escenario se agrava con el hecho de que, en nueve países, las coaliciones no cuentan con mayoría parlamentaria, lo que limita su capacidad de acción. El gobierno español de Sánchez, con una débil representación, es solo una de las manifestaciones de esta parálisis colectiva. La falta de una oposición cohesiva en muchos casos, junto con el escepticismo creciente entre los electores respecto a los partidos convencionales, contribuye a un ambiente de frustración que alimenta las reivindicaciones de la derecha radical.
Mientras tanto, la percepción de los líderes europeos se deteriora; pocos logran mantener un respaldo significativo entre su población. A medida que crece el clamor por un cambio, el futuro político de la UE se presenta incierto, con un electorado dividido y un aumento en la fragmentación de los parlamentos. En medio de este caos, se plantea un desafío mayor: cómo atender las inquietudes ciudadanas sin alimentar la polarización y el extremismo que amenaza la esencia misma de la democracia.
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