Una era de incertidumbre se cierne sobre la alianza transatlántica que durante décadas ha sido el pilar de la seguridad y la integración europea. Este vínculo, forjado después de la Segunda Guerra Mundial, no solo era un acuerdo militar, sino una promesa de prosperidad a través de la cooperación política y económica. Sin embargo, la llegada de la administración Trump ha desestabilizado esta relación, promoviendo un realineamiento que favorece a los movimientos de extrema derecha en Europa, desencadenando una reconfiguración de los lazos que unen a estos dos mundos.
Mientras altos funcionarios estadounidenses respaldan candidaturas afines a sus ideologías en países como Alemania y Polonia, Europa se encuentra en un estado de negación política, incapaz de responder a estas jugadas estratégicas. El silencio de las capitales europeas es preocupante, especialmente cuando la retórica del presidente estadounidense subraya la ruptura de un orden que ha sido fundamental para su estabilidad. Los líderes europeos, atrapados entre su dependencia de la seguridad estadounidense y la necesidad de autonomía, aún no han logrado articular una narrativa contraofensiva.
Para enfrentar la creciente influencia del movimiento MAGA, Europa debe abandonar la ilusión de un progreso uniforme y avanzar hacia una integración flexible. A medida que la cooperación tradicional puede volverse incierta, la UE tiene la oportunidad de redefinirse, invirtiendo en su propia seguridad y recursos estratégicos. Este imperativo no solo se trata de defensa, sino de construir una visión audaz y un futuro digno de elegir, donde Europa actúe como un actor político soberano y con autoridad en el escenario global.
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