La reciente manifestación en Londres, donde 150,000 personas se reunieron frente a Westminster para rezar el Padre Nuestro, no fue solo un acto religioso, sino un potente mensaje político que señala una nueva era del populismo británico. Bajo el liderazgo de Tommy Robinson, conocido por su activismo de extrema derecha, esta marcha denominada «Unite the Kingdom» ha fusionado elementos de fe y nacionalismo, convirtiendo la protesta en una celebración de comunidad y pertenencia. Las consignas que resonaron en el aire reflejan un profundo descontento en un país que se siente dejado de lado por sus propias instituciones.
El evento no solo atrajo a un gran número de participantes, sino que también presentó una liturgia que recuerda a fenómenos similares en Estados Unidos, donde el nacionalismo cristiano ha empezado a cobrar protagonismo. Este giro religioso fue subrayado por la intervención de Elon Musk, quien, desde California, llamó a disolver el Parlamento británico y advirtió sobre un aumento de la violencia, encendiendo aún más la polémica en torno al evento. En respuesta, el primer ministro Keir Starmer declaró que no permitirá que la bandera británica sea utilizada como símbolo de división y miedo.
El gobierno británico se encuentra en una encrucijada; reprimir estas manifestaciones podría convertir a Robinson en un mártir, mientras que ignorarlas podría ser visto como debilidad. La crisis de identidad pos-Brexit se entrelaza con un creciente resentimiento hacia las élites, creando un caldo de cultivo que podría alterar la estabilidad del país. Los analistas advierten que la resignificación de la religión en el ámbito político, un fenómeno en ascenso en Europa, amenaza con desestabilizar las bases de la democracia liberal en el Reino Unido.
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