En Bamako, la capital de Mali, la vida se ha transformado en un reto diario para alrededor de cuatro millones de ciudadanos que sufren la escasez de combustible debido a los ataques del Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (JNIM). Estos ataques han cerrado escuelas y universidades, dejando a la ciudad en un estado de parálisis y creando un ambiente de incertidumbre. Los expertos advierten que esta táctica busca asfixiar a la capital y debilitar a la Junta Militar, lo que podría abrir la puerta a un control yihadista similar al vivido en Afganistán.
El deterioro de la seguridad se ha intensificado desde que Francia retiró sus tropas y la Junta Militar tomó los reins de la gobernanza, siendo sustituida por la presencia del grupo Wagner y otras fuerzas rusas. Sin embargo, a pesar de cambiar de aliados, la eficiencia de la defensa contra el terrorismo ha seguido en declive. Las medidas del ejército maliense parecen insuficientes, mientras aumenta la presión de los grupos yihadistas que utilizan la estrategia de provocar inestabilidad a través del desabastecimiento.
Los temores no son infundados; analistas sugieren que la situación podría conducir a un nuevo golpe de Estado o al establecimiento de un régimen basado en la sharía. El impacto de esto no solo afectaría a Mali sino que también podría tener repercusiones en Europa, generando un «efecto de arrastre» que desestabilice la región. La lucha es cada vez más asimétrica, y la población, atrapada en el medio, puede encontrarse al borde de una crisis humanitaria sin precedentes.
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