Luis Rioja, que hasta hace poco era una pieza indiscutible en el Valencia CF, atraviesa un inicio de temporada marcado por la pérdida de protagonismo
Luis Rioja fue durante la pasada campaña el fiel soldado del Valencia CF. Un extremo andaluz que, como buen obrero del balón, cumplía con disciplina germánica y la frescura de quien sabe moverse tanto en la izquierda como en la derecha, como carrilero o incluso como lateral improvisado. Sus cinco goles y tres asistencias en 38 partidos parecían poco en la estadística, pero mucho en la pizarra, era de esos jugadores que, sin levantar portadas, sostienen la arquitectura invisible de un equipo.
Sin embargo, el fútbol es especialista en dar volantazos. Lo que ayer parecía una certeza hoy se tambalea con la misma fragilidad de un castillo de naipes en medio del viento. Rioja, que apenas se perdió un partido en toda la temporada pasada, de pronto se encuentra en el banquillo ante el Barcelona, condenado por una defensa de cinco que le borró de la alineación inicial. El hombre constante ahora se convierte en el hombre prescindible, y esa es una ironía que ningún jugador quiere vivir.
Una cláusula que suena a espada de Damocles
El contrato de Rioja expira en 2026, aunque con un truco escondido en la letra pequeña: si alcanza los 16 partidos oficiales este curso, renovará automáticamente hasta 2027. Un año más de estabilidad, o de incertidumbre, según el cristal con que se mire. Porque lo que antes parecía un trámite rutinario, ahora se convierte en un dilema cargado de suspense. El destino del extremo se mide partido a partido. Cada vez que pisa el césped, no solo defiende la camiseta del Valencia, también defiende su futuro laboral. Un jugador que antes entraba en el once como quien abre la puerta de su propia casa, ahora debe esperar la llave de la confianza de Corberán. Y ahí está la paradoja, la constancia, que era su virtud más sólida, puede transformarse en una moneda en el aire.
La competencia como juez implacable
La llegada de Arnaut Danjuma y Largie Ramazani ha cambiado las jerarquías en Mestalla. Rioja, con casi 32 años, se enfrenta a un espejo incómodo, ya no es el fichaje fresco que se gana el vestuario a base de pulmones, sino el veterano que debe reinventarse para no caer en la irrelevancia. Es el clásico pulso entre la experiencia que pide respeto y la juventud que exige oportunidades. La temporada se perfila como decisiva. Si logra adaptarse y recuperar protagonismo, Rioja no solo asegurará su renovación, sino que volverá a ser parte del proyecto deportivo con voz y peso. Si no, quedará reducido al papel ingrato del suplente de lujo, útil en emergencias, pero invisible en los planes mayores. En el fútbol, como en la vida, el lugar en la mesa se gana todos los días, aunque uno crea tener la silla reservada.