Los Venezolanos en la Encrucijada: Entre la Desesperanza Electoral y las Luchas Cotidianas

En un pequeño balcón en Caracas, rodeado de macetas que parecen luchar por cada rayo de luz, Orencio Mariñas, un veterano hispano venezolano de 83 años, encuentra su conexión con el mundo. A través de su teléfono móvil, comparte con más de 17.000 seguidores en redes sociales las imágenes de su rinconcito verde contra el cielo de la capital venezolana, acompañadas por reflexiones y anécdotas de su vida. Pero estas publicaciones esconden algo más que la belleza estética o el hobby de un octogenario; son el reflejo de una profunda soledad marcada por la distancia de su familia, emigrada a Colombia en busca de mejores oportunidades.

La diáspora venezolana, que ha superado los 7,7 millones de personas según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), ha dejado historias de familias separadas, de abuelos como Orencio que sustituyen los abrazos por videollamadas y los encuentros en persona por actualizaciones en redes sociales. Estas historias no solo narran el drama individual de quiénes han visto partir a sus seres queridos, sino que también revelan el duro contraste con quienes optan por quedarse en Venezuela, enfrentándose a la soledad, la escasez y una lucha constante por la supervivencia en un país que ha visto deteriorar su situación económica, social y política desde hace más de una década.

Bajo este panorama, es fácil entender por qué este octogenario es más que un simple aficionado a la fotografía. Sus posts se entrelazan con críticas hacia el gobierno de Nicolás Maduro, al que responsabiliza del deterioro del tejido empresarial y la calidad de vida en Venezuela. Al mismo tiempo, Orencio representa la voz de muchos ancianos que han sido dejados atrás, no solo por sus familias que emigraron, sino por un sistema que parece olvidar a sus más vulnerables.

En el otro lado de la moneda, la solidaridad y persistencia venezolana se manifiestan en las marchas de los últimos días, unidos por la esperanza de un cambio que permita el retorno de aquellos que se fueron. Entre los rostros de las manifestaciones, algunos, como la jubilada Iboe Rojas, conservan un escepticismo doloroso, forjado por años de desilusiones y promesas incumplidas, pero aún así, se aferran al deseo de reunirse nuevamente con sus seres queridos.

Este complejo tejido de emociones y circunstancias revela una Venezuela fracturada, con millones fuera de sus fronteras y tantos otros intentando sobrevivir día a día dentro de ellas. El caso de Orencio Mariñas es solo un eco de la vasta red de historias de separación familiar, supervivencia y resistencia que define a Venezuela hoy. A pesar de la distancia y la soledad, la tecnología ha permitido a muchos mantenerse conectados, ofreciendo un puente frágil pero vital sobre el abismo que separa a las familias venezolanas. Sin embargo, como bien destaca Orencio, estas conexiones digitales, por más valiosas que sean, no pueden reemplazar el calor de un abrazo, la alegría de las reuniones familiares o el consuelo de una presencia física en los momentos difíciles.

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