Desenlace de Poder y Secretos en Valle Salvaje
Don Hernando no es un hombre que en Valle Salvaje venga de una manera casual, su llegada es una jugada más en un tablero de ajedrez que sólo él sabe leer. Desde el instante en el que pisa Valle Salvaje, el interés que pone en Irene y Victoria nos hace entender que su visita no responde a un simple «reencuentro» de antiguos amigos. Hay algo feroz en el interés que siente, como un муmbo, como si necesitara recuperar piezas para un rompecabezas que solamente él conoce.
José Luis, en esta imagen, siente cómo el suelo que pisa empieza a moverse bajo sus pies, se retira como una sábana, como una atmósfera que una vez más se vuelve un lugar donde se cocinan los secretos. El reproche que hace don Hernando al duque por no haber ejercido los «encargos» que le había encomendado respecto a Leonardo otorga fundadamente un carácter intrigante a la situación.
¿Qué «encargos» había dejado sin atender José Luís y qué evidencia de su incumplimiento siente que le inquieta tanto a don Hernando? Las preguntas quedan flotando en el aire, pero las respuestas son un compromiso sepultado bajo las lealtades inadecuadas y los pactos secretos.
Leonardo, por su parte, tras haber vuelto de casa de su madre, resulta peligrosamente susceptible de ser una cosa o la otra, sí, por saber quién gana en este juego de ajedrez. Pero el verdadero peligro no siempre viene de los enemigos declarados, sino que es posible que venga de aquellos que se mueven en silencio.
Adriana, al alejar a Pedrito de Úrsula, pone de manifiesto que no está dispuesta a perder esta partida. Y al confesarle a Julio que lo ha perdido todo, sus palabras ya no son sólo un lamento, sino una advertencia. Una mujer desesperada puede hacer cualquier cosa, y Adriana ya no tiene nada que perder.