En un giro inesperado que magnifica la polarización y el drama político en Estados Unidos, la campaña electoral para las elecciones presidenciales del próximo 5 de noviembre se ha centrado en un puñado de estados cuya inclinación podría marcar el destino final de la contienda entre Kamala Harris y Donald Trump. Con un país dividido y 250 millones de estadounidenses convocados a las urnas, la batalla por la Casa Blanca se perfila no solo como un desafío ideológico sino como una lucha estratégica por asegurar la victoria en estados bisagra que tradicionalmente han oscilado entre ambos partidos.
El Sistema Electoral de Estados Unidos, basado en el Colegio Electoral, otorga un peso decisivo a estos estados, haciendo que la campaña se intensifique en lugares como Pensilvania, el más codiciado de los estados bisagra, que ostenta 19 votos electorales y ha demostrado ser un barómetro político crucial desde 1988. La victoria marginal de Joe Biden sobre Trump en 2020 en este estado subraya la importancia de dirigir el mensaje político hacia las preocupaciones locales, como la economía, el costo de vida y la inflación, así como la demografía cambiante con el aumento significativo de la población hispana.
De igual forma, estados como Georgia y Carolina del Norte presentan escenarios de intensa competencia. Georgia, con 16 votos electorales, ha sorprendido en las anteriores elecciones al inclinarse hacia los demócratas, una tendencia que Kamala Harris espera mantener con el apoyo de la comunidad afroamericana. En contraste, Trump busca recuperar y fortalecer su base en estas áreas, capitalizando el leve aumento en el apoyo de los votantes negros. Carolina del Norte, también con 16 votos, y su paisaje político en evolución, representa otra área de oportunidad para ambos candidatos, con una lucha voto a voto que podría definir el resultado en este crítico estado.
No hay que obviar el papel de Michigan y Wisconsin, ambos críticos en la estructura del denominado «muro azul» demócrata. Estos estados se han caracterizado por su fluctuante lealtad partidaria, con Trump consiguiendo victorias en 2016, solo para ver cómo Biden los recobraba en 2020. Ahora, la balanza se inclina una vez más en una competencia reñida, donde el voto de las comunidades árabe-estadounidense y las posturas económicas pueden ser determinantes.
Finalmente, Arizona y Nevada emergen como campos de batalla decisivos, con Harris buscando consolidar el apoyo latino que benefició a Biden en 2020, mientras que Trump intenta ganar terreno apelando a temas de seguridad fronteriza e inmigración en Arizona, y a la recuperación económica en Nevada.
La contienda del 5 de noviembre se perfila, por lo tanto, como una de las más reñidas y significativas de los últimos tiempos. Cada movimiento, cada estrategia y cada voto serán cruciales en un país profundamente dividido. Estados Unidos se encuentra al borde de un resultado electoral que podría no solo cambiar el curso de su historia política inmediata, sino también redefinir su posicionamiento en un mundo cada vez más complejo y multipolar.