La superioridad aérea se erige como un pilar fundamental en la victoria de las guerras modernas, siendo capaz de transformar la dinámica de un conflicto en un tiempo sorprendentemente corto. En este contexto, se pueden observar dos ejemplos actuales que destacan cómo el dominio del espacio aéreo puede definir el rumbo de una confrontación: la ofensiva de Israel contra Irán y la invasión de Ucrania por parte de Rusia.
En el primer caso, Israel, un país pequeño y geográficamente compacto, ha logrado establecer su superioridad aérea sobre Irán en tan solo 48 horas tras el inicio de su campaña. A pesar de que Irán cuenta con una vasta red de defensas aéreas y una geografía montañosa que complica cualquier operación, el control de los cielos permitió a Israel actuar con una libertad inusitada, facilitando sus maniobras y golpeando objetivos estratégicos con precisión.
Por el contrario, el caso de Rusia y Ucrania pinta un panorama completamente diferente. A pesar de ser una potencia militar significante con numerosos aviones esperando en la frontera, Rusia no ha conseguido dominar el espacio aéreo ucraniano tres años después de su invasión. Las defensas aéreas de Ucrania han desbaratado los intentos rusos de controlar el cielo, obligando a las fuerzas aeroespaciales a operar a una distancia que reduce su eficacia y, con ello, su capacidad de respuesta.
Este contraste entre las operaciones de ambos países subraya una fundamental lección sobre la superioridad aérea: no se trata únicamente de contar con la tecnología más avanzada, sino de una planificación meticulosa, innovación y la capacidad para integrar diversas herramientas en una estrategia coherente. Israel, por ejemplo, ha priorizado la superioridad aérea como un objetivo estratégico en su doctrina militar, garantizando que todas sus ramas militares trabajen conjuntamente para obtener esa ventaja.
La situación rusa, sin embargo, ha sido notablemente diferente. La falta de un enfoque estratégico coordinado y la subestimación de la resistencia ucraniana han llevado a un enfoque táctico que fracasó en garantizar el control del espacio aéreo. A medida que la resistencia de Ucrania se hacía más feroz, Rusia optó por bombardeos lejanos, pero esto no puede reemplazar la necesidad de una superioridad aérea real.
Los errores del Kremlin han puesto en relieve la importancia de considerar la defensa aérea no solo como un componente, sino como el centro neurálgico de cualquier estrategia militar. Ucrania ha demostrado que, al mantener y reforzar sus sistemas de defensa aérea, puede mantener bajo control su espacio aéreo, incluso con recursos limitados. La adaptabilidad y la innovación fueron factores cruciales que les permitieron utilizar drones para enfrentarse a los ataques rusos, transformando así un aparente déficit en un área de fortaleza.
Mientras tanto, para la OTAN, las lecciones que se pueden extraer de estas experiencias son invaluables. Si la alianza quiere estar a la altura de los desafíos de un futuro conflicto con Rusia, necesita adoptar un enfoque concertado hacia la superioridad aérea. Esto incluye la integración de sus capacidades aéreas y de defensa terrestre, así como la creación de un inventario robusto de interceptores y sistemas de defensa que permitan afrontar cualquier eventualidad con eficacia.
El momento de actuar es ahora. Con una adecuada preparación y un enfoque estratégico claro, la OTAN puede posicionarse para garantizar la superioridad aérea ante cualquier adversidad, evitando la repetición de los errores estratégicos que han marcado la guerra en Ucrania y apoyando a sus aliados en su búsqueda de estabilidad y seguridad en una región cada vez más incierta. La historia reciente nos recuerda que, cuando se trata de confrontaciones en el aire, perder el control puede resultar en consecuencias devastadoras.