En una serie de movimientos que están generando controversia a nivel global, el ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, junto con el magnate tecnológico Elon Musk, han iniciado lo que algunos medios han denominado ‘el gran apagón’, una ofensiva que parece dirigida a remodelar o desmantelar la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional (USAID). Trump ha atacado directamente a la agencia, tildándola de ser dirigida por «lunáticos radicales» y ha manifestado abiertamente su deseo de desmontar este organismo que lleva décadas siendo un bastión de la ayuda humanitaria y el desarrollo internacional bajo bandera estadounidense.
Esta controversia llega en un momento en donde Trump también ha hecho declaraciones polémicas respecto a la región de Gaza, proponiendo ideas radicales que incluyen el desalojo de los palestinos de dichas áreas, con visiones de transformarlas en lo que él describe como «la Riviera de Oriente Medio». Tales declaraciones no sólo han aumentado las tensiones en una región ya de por sí complicada, sino que también han levantado cuestionamientos sobre la viabilidad y las implicaciones éticas de tales propuestas.
La posibilidad de clausura de USAID ha suscitado una ola de preocupaciones y reacciones dentro de Washington y a nivel internacional. La dimisión de su director, Matt Hopson, y el anuncio del secretario de Estado, Marco Rubio, de asumir de manera temporal la dirección de la agencia, ponen de manifiesto la turbulencia interna que está viviendo la organización.
Aunado a esto, la inclusión de Elon Musk en esta dinámica, liderando un supuesto nuevo departamento centrado en la reducción del gasto público, añade más incertidumbre sobre el futuro de USAID. Las críticas de Musk hacia la agencia, a la que ha llegado a denominar como «organización criminal» sin presentar evidencia, reflejan la profundidad de los desafíos que enfrenta USAID.
La USAID, creada en 1961 durante la administración de John F. Kennedy, ha sido una herramienta clave de la política exterior estadounidense, enfocada en el desarrollo económico, el fortalecimiento de instituciones democráticas y la asistencia humanitaria en más de 100 países. Además de su papel en el combate contra enfermedades como el sida y la malaria, su cierre podría tener implicaciones significativas en el escenario global de cooperación internacional.
Ante la incertidumbre, grandes protestas han estallado frente al edificio de USAID, evidenciando la resistencia contra los intentos de Trump y Musk por clausurar la agencia. Los manifestantes y críticos argumentan que detrás de la retórica de «priorizar los intereses nacionales» con la política de «America First», se oculta una visión que podría socavar décadas de esfuerzos diplomáticos y de desarrollo en los que EE.UU. ha jugado un rol fundamental.
La revisión de 90 días anunciada podría decidir el destino de USAID y de los miles de proyectos que apoya, mientras que cualquier intento de disolución enfrentaría una complicada batalla legal, considerando el respaldo que la existencia de la agencia tiene en leyes aprobadas por el Congreso. El futuro de USAID se mantiene en vilo, en un contexto de reestructuración política que podría redefinir el compromiso estadounidense con el desarrollo y la ayuda humanitaria a nivel mundial.