La solidaridad nos permite desarrollarnos personal y profesionalmente

“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

Así reza el Artículo 1 de la Declaración de los Derechos Humanos, de cuya publicación se cumplen 75 años. Un 10 de diciembre de 1948, en un contexto de postguerra, las Naciones Unidas aprobaban este texto con el fin de que sirviera “de conducta para todo los pueblos y naciones”, en el marco del cual “los individuos y las sociedades debían esforzarse por adoptar medidas progresivas, nacionales e internacionales, para lograr su reconocimiento y observancia universales y efectivos”.

Libertad, igualdad y dignidad son palabras asociadas ya para siempre con este documento, del que no se pueden desvincular otros términos como derecho a la vida, a la salud y a la seguridad, entre otros.  Todos  o casi todos estos derechos se conculcan hoy en escenarios próximos geográfica y culturalmente, como la Guerra de Ucrania y la que asola Gaza en las últimas semanas.

Como espectadores de guerras, matanzas, hambrunas y de tragedias como la inmigración, cada día más cerca emocionalmente, “nos sentimos impotentes ante un sistema que podría no protegernos”. Lo explica desde Clínicas Origen la psicóloga Pilar Conde, en una reflexión sobre lo que suponen estos acontecimientos para los espectadores de nuestro entorno. Ver que no se respetan estos derechos, ni tampoco otros relativos a la identidad sexual, la raza o la religión, puede, añade, hacernos sentir rabia e impotencia, además de miedo, pudiendo ser el impacto negativo mayor en los niños y adolescentes, carentes de madurez y herramientas en la mayoría de los casos, para asimilar y comprender los hechos violentos.

Puede darse también de manera simultánea o alternativa, otro planteamiento: el de impulsarnos a poner aunque sea ese denominado granito de arena para ayudar a las personas cuyos derechos son vulnerados. Puede suceder siendo niños, en un entorno escolar donde se producen sucesos relacionados con el acoso, o ya de adultos, mediante reivindicaciones y actos solidarios.

Ayudando a las víctimas de la violencia machista a denunciar o a un inmigrante ilegal a buscar los recursos básicos de supervivencia, contribuimos a la vigencia y desarrollo de los Derechos Humanos. También participando en manifestaciones, actos de condena o, simplemente, expresando nuestra opinión en las redes sociales.

Así, como sucede con los actos solidarios, ayudamos a los demás, a la vez que lo hacemos con nosotros mismos porque, explican desde Origen, “sentir que se forma parte de esa comunidad universal de defensores de los derechos humanos nos aporta satisfacción en tanto en cuanto facilita el desarrollo personal y profesional”. A la vez, nos ancla en el sistema, ya que usamos sus recursos para “concienciar de las necesidades de respeto, empatía y apoyo social”.

Por este y otros motivos, la recomendación de los profesionales de la salud mental es incentivar las acciones de voluntariado y apoyo solidario desde edades tempranas. El binomio causa-efecto funciona aquí de la misma manera que lo hace con la violencia. Si ésta genera más violencia, el respeto genera respeto.

El proyecto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue ratificado  58 Estados miembros de la Asamblea General de la ONU, con 48 votos a favor y 8 abstenciones: las de la Unión Soviética, de los países de Europa del Este, de Arabia Saudí y de Sudáfrica. España lo firmó en noviembre de 1977, ratificándolo dos años después.

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